viernes, 24 de octubre de 2008
Después de una gran pausa... un nuevo reto
sábado, 12 de julio de 2008
Fuera de concurso
Ludovica
Todo empezó cuando mi tía Magdalena se fijó en un enano de ojos azules, tal cual. En principio pensamos que era un enano de jardín, luego se levantó y vimos que no, que realmente era muy bajito. Era Luciano, el enano de ojos azules. Mi tía, se había enamorado de él y ya no había marcha atrás. En Julio se conocieron y en Agosto se casaron. Entonces llegaron los siameses, los gatos, hijos todavía no tenían. Eran una pareja muy singular, Luciano, un enano, y mi tía, una gigante, también de ojos claros. Como por obra de duendes, los siameses también tenían los ojos claros. ¡Pero qué guapos iban todos de paseo, Luciano, Magdalena y los siameses! -¿Son niños o niñas? Preguntaba la gente al ver el cochecito doble y con cara de estupor reculaban e intentaban buscar en su mente el por qué. ¿Sería por le mezcla de un enano y una gigante?, se preguntaban. En realidad, mi tía quería tener hijos,no gatos, pero pasaba el tiempo y no llegaban.
Luciano no era muy trabajador, ni mucho ni poco ni nada y como ninguno de los dos trabajaba al final embargaron su casa y se tuvieron que ir a casa de la madre de Magdalena, o sea a casa de mi abuela. Como habrán imaginado, mi abuela también es gigante, igual que yo y todos los de mi familia. Imaginen la taza del water,más de una vez recogieron a Luciano de entre la inmundicia. Como la casa era de campo, cabían más siameses. Mi tía suplía hijos con gatos. Luciano no sabía qué hacer,no le había dicho a su mujer que además de enano era estéril, y no pensaba decírselo, no quería que le dejara. En un principio le hacía gracia aquello de los siameses, pero es que algunos eran más grandes que él, y eso le molestaba.
Murmuraciones de todo tipo llegan a los oídos de Luciano, la gente llegó a pensar que de su unión con Magdalena salían gatos. El tiempo pasó y la cosa no mejoraba,empeoraba. Nacían gatos dentro de los armarios, otros, grandes como tigres se sentaban en el sofá y cambiaban los canales de televisión, algunos incluso intimidaban a Luciano diciéndole que le robarían a su mujer. Luciano no podía más, no podía luchar con casi 70 pares de bigotes. Y lo bebés humanos no llegaban, él fingía, intentaba engendrar cada noche un hijo, lo intentaba 13 y 14 veces y nada, más que criaban los gatos, como celosos en celo.
Terrorífica era la casa de mi abuela, ya ni los carteros se atrevían a entrar por el camino, dos gatos egipcios custodiaban aquel templo felino y un gran gato negro tamaño jaguar, de los de las 4 ruedas, sentado bajo una higuera viéndolas venir. Y mi tía cada vez más loca y mas obsesionada con los gatos, y más obsesionada con Luciano. -Vamos Luciano,hazme un hijo si eres un enano como Dios manda, le decía. Luciano menguó 20 centímetros y mi tía los creció,imaginen. Pasaron 2 años y todo seguía igual, excepto que habían más gatos y mi abuela había muerto de asco. Ahora vivían solos, el enano, la gigante, los siameses, los egipcios y el pseudo jaguar negro con airbag y elevalunas eléctrico. Yo ya ni iba a verlos, no quería morir como mi abuela, miren que le dije veces que las bolas de pelo iban a ser su ruina.
La gente ya había dejado de murmurar, después tanto tiempo ya nadie esperaba nada, solo más gatos. Y como suele pasar, tópico al canto, dejaron de buscar y encontraron. Algo se removía en las tripas de Magdalena. Luciano incrédulo por fin descansó y recuperó los centímetros que le faltaban. Los gatos hicieron de gatos y se colgaban de las cortinas y afilaban sus uñas en las sillas en señal de protesta,iban a perder su reinado. Por fin, mi tía estaba embarazada. Incompatibles eran los animales con los bebés, pensaron mis tíos, y a fuerza de duchas y baños diarios echaron a los gatos. Mil cuidados para Magdalena, piñas y melocotones en almíbar, friegas con aceite de romero en las piernas y en los pies, chistes verdes para hacerla reír...Así hasta que pasaron sesenta días y parió mi tía. Horrorizados ante los dolores del parto tan prematuros pensaron que de un aborto se trataba y se fueron al hospital. Finalmente mi tía parió, dos pequeños diminutos,casi como Luciano, morenos, muy morenos, bueno para qué mentir, negros, peludos, maullantes y de uñas afilada, ¡ah!, y también con airbag y elevalunas eléctrico. ¡Maldito Jaguar a todo confort!, pensó mi tío, y luego añadió: ¡el divorcio por favor!
Pd. La historia está basada en hechos reales
Dedicado a Irene
Pd. He cambiado el nombre de Mariano por Luciano, me pedían derechos de autor, y no está la economía para tanto.
domingo, 6 de julio de 2008
Ganadores de la segunda fase
miércoles, 2 de julio de 2008
Y la segunda vuelta es para...
Y que gane el mejor. Os recuerdo que los votos son anónimos. Cerraremos la votación el viernes 11 de abril. Aunque si antes ha votado todo el mundo, pues eso, que antes del viernes tendremos ganador.
Un abrazo
lunes, 30 de junio de 2008
Justo a tiempo... Otro relato para la segunda vuelta
por Leo
En una ciudad cualquiera, en un lugar cualquiera, en un momento cualquiera… entró en la gran sala. Se sintió observado, pero sólo meses más tarde trataría de interpretar aquella mirada, sólo cuando había quedado profundamente enamorado de ella, sólo cuando necesitó creer en algo que se tornaba imposible, en algo que se transformó en una desgarradora quimera. Marcos no podía soportar el enorme peso que le ahogaba, el alma destrozada, con su mente, lejos muy lejos, en ella, sin ella saberlo. Hacía meses que la añoraba, acaso no lo había estado haciendo toda su vida… Pero ahora, ahora que la sentía constantemente en el ensueño de la noche, empezó a sufrirla desesperanzadamente. Ana, aunque aparentemente a su lado, nunca lo había estado. Y él no fue consciente de ello hasta "10 malditos meses" más tarde.
Marcos se consideraba un chico normal, aunque superados los 30, no pasaba desapercibido para los que le rodeaban. Era alto, pelo oscuro, tez morena… De rasgos fuertemente marcados, su rostro no reflejaba atisbo alguno de sufrimiento. Sí, realmente la vida se había portado bien con él, aunque como solía decir, era él el que había tratado con mimo a su propia existencia. Y tras tanto tiempo saboreando el éxito de quien se cree afortunado, sentía que ya nada tenía sentido sin ella. Ana se cruzó un día casualmente en su camino y aunque en un principio no la advirtió, al final sólo la veía a ella. La chica no era especialmente bella, ni atractiva, ni culta, ni tan siquiera dulce… Pero tenía un alma exquisitamente limpia, transparente, franca, como sus pequeños ojos azules. Y fue precisamente esa verdad la que atrapó al joven. Porque la intensa mirada de Ana era su única verdad…
Aparentemente, Marcos y Ana tenían poco en común, aunque a tenor de él, sus espíritus formaban un todo que el destino había querido cruzar de manera casi caprichosa; él, que creía más que nadie en las señales que van marcando el camino de cada hombre, interpretó la aparición de ella como un claro signo, como el encuentro –al fin- de su “otra” alma. Y eso que, en principio, ambos eran francamente diferentes... Ante todo, Marcos había tenido una infancia plena, una adolescencia poco accidentada, enormemente solazada... Su identidad se había ido forjando muy poco a poco, como el viento esculpe la roca, el chico fue “bien construido”, estaba hecho de una pieza. Por el contrario, Ana, empezó a ir al psiquiatra apenas cumplidos los 14, su existencia había transcurrido aceleradamente -quemó varias etapas sin ni tan siquiera ser consciente de ello-, había querido vivir intensamente pero al final, superados los 30 y tras un devastador divorcio, estaba hecha añicos.
Esta situación estuvo muy clara para Marcos desde el principio y por eso quiso ayudarla. Estaba convencido de que él podría “reconstruir” a Ana, devolverle la infancia perdida, la adolescencia robada, la juventud quemada, el amor truncado... pero Ana no se dejó. Porque Marcos quería salvarla, pero Ana no veía en Marcos a ningún salvador. Porque Marcos amaba en exceso, la amaba en exceso, y Ana no amaba, porque no sabía amarse...
Puede que fuera por su aparente plenitud por la cual él se sentía libre y sin embargo ella era un ser enjaulado, agobiada por su existencia, ahora también agobiada por un embarazo no deseado. La infelicidad de Ana era un misterio para ella misma, mas no para Marcos. Porque lo que ella desconocía es que nunca alcanzaría la –plena- libertad ya que estaba atrapada en sí misma, encarcelada en su propio yo. Esta aterradora verdad había permanecido oculta para todos, menos para Marcos. Pese a esta terrible revelación, cuando estaba junto a ella, la miraba a los ojos, a sus pequeños ojos azules, y lo veía todo. Ella asentía, lo escuchaba embelesada, pero lo miraba y no veía nada. Porque él lo tenía todo menos a ella. Y sin embargo ella, tan solo lo tenía a él.
Marcos siempre había buscado algunos momentos para permanecer en su soledad. Pero desde que la conoció, sólo deseaba “pensarla”, “recrearla”, “vivirla”... Ana “pasaba” junto a él todas las noches, por eso el joven estuvo durante los “malditos diez meses” sin pegar ojo, porque estaba junto a ella y esto era lo único que podía curar su alma hendida. Durante todas esas largas madrugadas, Marcos vivió con pasión el cuerpo de ella: su espalda, sus manos, sus pechos. Soñaba con descansar sobre los pechos de Ana. Y Ana no soñaba con nada, porque estaba seca.
A pesar de ese anhelo constante en el que estuvo sumido, Marcos era feliz. A pesar de que ningún anhelo fue vivido por Ana, ella no lo fue nunca. Porque él estaba enamorado del mundo y ella no supo vivirlo con apasionamiento.
Otro segundo relato
Por Fel
Podría empezar diciendo que esta historia fue relatada por primera vez hace trescientos años, con multitud de detalles que jamás conoceremos. Los hombres y mujeres que entonces la vivieron y para quienes fue un asunto de vida o muerte, hace mucho que han muerto. Los lugares en los que discurrieron sus protagonistas ahora yacen cubiertos de polvo y olvido; la ciudad donde tuvo lugar se ha ido desvaneciendo hasta dejar de existir.
Pero empezar así sería mentir. Esta historia sucedió hace poco en una ciudad cualquiera. El suceso no tuvo trascendencia alguna, más allá del entorno de los implicados. Los protagonistas son gente ordinaria, con defectos y miserias, con problemas e ilusiones; seres humanos que nunca han salido en la prensa rosa ni pertenecen a ningún cuento de hadas. Si no mencionamos sus verdaderos nombres no es por ocultar su identidad, sino porque su vida no le importa a nadie.
Marta trabajaba como limpiadora en una empresa y Manuel era representante de una editorial. Llevaban mucho tiempo queriendo tener hijos y se afligían por su suerte. Manuel era hijo único y en caso de no tener descendencia, su apellido se perdería para siempre. Él tenía 51 años y Marta 42. Al caer el día, ambos lamentaban una y otra vez que su mayor deseo no se hacía realidad. Una noche, después de cenar, Marta salió de casa y le dijo a su marido que iba a pedir prestado un poco de arroz a una amiga. En realidad, fue a visitar a un vidente africano que le dio un remedio secreto para concebir un hijo.
Fue, por tanto, un gozo enorme y un alivio inmenso para la familia cuando, tras una espera de catorce años, nació un niño. Decidieron llamarle Miguel, que significa amigo de Dios.
Cuando Miguelito vino al mundo, todos, excepto el recién nacido, rebosaban de alegría. Sus padres contemplaban al bebé arrugado, rojo como una granada, que inspiraba un sentimiento de piedad, ya que al entrar en la vida había entrado en la muerte. Inmortal todavía nueve meses atrás, como una idea eterna, estaba ya a merced de la guadaña. Cuando un recién nacido abre los ojos por primera vez, el universo vuelve a nacer a través de él. Le abre al mundo puertas para entrar y así existir.
Había en aquella belleza serena del niño una luz radiante que le singularizaba entre su generación. Conforme iba creciendo, se entregó a las artes, al dibujo y la pintura. El mundo que le rodeaba parecía incapaz de retenerlo y cautivarlo. Manuel y Marta sabían que Miguel jamás había tocado a ningún ser humano por propia iniciativa. Ni siquiera se enternecía ante las caricias de su madre. Miguel creció con un temperamento sensible, pero en su corazón anidaba una frialdad inescrutable que nadie lograba comprender.
El joven empezó a ganarse la vida como pintor, y pronto cosechó una amplia clientela en toda ciudad. Llegó el momento en que Marta empezó a hacer planes para su casamiento y descubrió que para este joven, al que cualquier mujer podría sentirse feliz de llamar marido, la idea del matrimonio le resultaba tan remota como la de la muerte. Miraba el rostro de su hijo mientras dibujaba en su estudio y le embargaba una cruel aprensión: ¿Habían servido para algo sus sacrificios y su dolor? Miguel admiraba la belleza en las mujeres como la admiraba en las flores o en las pinturas y siempre se mostraba cortés con ellas. Ni en su rostro ni en su corazón mostraba señal alguna de amor.
Una noche, en una fiesta, Miguel conoció a una muchacha tan bella como jamás ningún artista pudo soñar jamás. Desde entonces, aquella joven, llamada Marisa, pareció sacarle de su ensimismamiento. Le intrigaba la vida intelectual de la muchacha, que se dedicaba a investigar la filosofía; le hacía preguntas sobre sus cuatro hermanos y disfrutaba con cada gesto y palabra suya. Una mañana, le pidió que posara como modelo para uno de sus lienzos. Ella, después de pensarlo, aceptó. Cuando terminó el cuadro, Marisa enmudeció al verse reflejada en aquella tela. Miguel la besó y le propuso matrimonio. La boda se celebró a los tres meses, y fue la ceremonia más vistosa y alegre que nunca recordaban los mayores del lugar.
De ninguna otra manera podía Miguel hacer más fielmente suya a Marisa sino capturando en el lienzo cada matiz de su cuerpo, su belleza entera, retocándola y adobando con su pincel cada detalle, inmortalizándola de manera que nadie pudiera nunca separarles. Llegó a realizar más de cien cuadros con ella como modelo.
Pasaron dos años, y un día Miguel invitó a otra joven a posar desnuda para él. Desde ese día, el artista siguió retratando a cuantas mujeres despertaban su curiosidad. En su estudio guardaba celosamente la colección de retratos de todas aquellas que había conocido y a las que había capturado con su paleta.
Una noche de agosto en la que no podía dormir, Marisa entró en el estudio y descubrió aquella galería secreta de mujeres que su marido había inmortalizado con pasión.
A la mañana siguiente, se lo echó en cara:
-Nunca me habías dicho que tantas mujeres seguían posando para ti.
-No pude dejar de hacerlo. Es superior a mis fuerzas. Cualquier belleza que contemplo, he de plasmarla en mi lienzo.
-Me prometiste que no habría nadie más.
-Lo sé, pero realmente no siento más por ti que por ninguna otra.
Aquellas palabras golpearon el corazón de Marisa.
- Entonces habremos de separarnos. No deberás hablar nunca de mí. No deberás pensar nunca en mí. Y destruirás todos los cuadros que hayas hecho de mí.
Apretó los labios, hizo la maleta y al poco tiempo abandonó aquella casa para siempre.
Marta contempló la escena en silencio. Entonces recordó la maldición que aquel vidente africano le lanzó al terminar su consulta muchos años atrás: tendrás un hijo espléndido y dulce, como me pides, pero con un corazón de hielo, incapaz de amar. Y lloró amargamente.
viernes, 20 de junio de 2008
El segundo relato
Esta vez también me voy a saltar las bases, pero por lo bajo, porque os mando sólo 746 palabras.
Mira, ese señor de la corbata se llama Padre y va a ser mi padre, y el que está a su lado, mi abuelo, que se llama Abuelo. Creo que tenemos un negocio familiar… algo de un banco o no sé qué. ¿Qué te parecen? A mí me parecen gente muy distinguida. ¿Te imaginas? con esta familia, ¡de mayor yo también podría ser una persona distinguida!
Una vez los vi paseando en un coche, parecían taaan felices… A veces dan fiestas en la piscina. ¿Te he dicho ya que tenemos piscina? Pues sí. Cuando sea un poco mayor, celebraré mi cumpleaños en la piscina, con todos mis amigos. Porque seguro que tenemos un montón de amigos…
Mira, ahí viene Madre. Es guapísima, ¿verdad? Seguro que la tuya no lo será tanto. ¡Ella sí que tiene un montón de amigos! Amigos altos y guapísimos, sobre todo su profesor de tenis, que se llama Churri. Debe tener dos nombres, porque Padre nunca lo llama así. ¿De dónde vendrá ese nombre? ¡A lo mejor es extranjero! ¡Qué bien, mi primer extranjero! ¿Y has visto qué casa tan grande?
Una nube difuminó la imagen de la gran casa y ante ellos apareció otra estampa familiar:
Éstos son mis otros padres. Se llaman Papá y Mamá. Nuestra casa es más pequeña, pero tenemos chimenea. ¡Una chimenea! ¿Te lo puedes creer? Además, está cerca de un río; cuando haga buen tiempo, mi abuelo me llevará a pescar ¡seguro! ¿Qué a qué se dedica este abuelo? Pues no lo sé, yo creo que no trabaja. Va todo el día en bicicleta por el pueblo, y siempre se encuentra con mucha gente. ¡Qué divertido! Tiene tantos amigos que a veces tiene que tocar un pito rojo que lleva en el bolsillo y gritar su nombre, y entonces todo el mundo sale a verle. ¡La gente viene de todos sitios para ver a mi abuelo Afilaor! Ojalá sea un niño y me pongan ese nombre a mí también: Afilaor, como los señores. A ti también te gustaría llamarte como el abuelo, ¿verdad? ¡Pues yo me lo he pedido antes! Esta familia también tiene un perro. ¿Crees que me gustarán los perros? Espero que sí. Aunque claro, la otra tiene dos caballos de color marrón.
Por otro lado… éstos ya tienen una niña; creo que se llama Hija. Si nazco aquí tendré una hermana y seremos “Hija y Afilaor”. Seguro que tú me tendrás envidia, porque en casa de Padre y Madre serás hijo único. ¿Crees que Hija me querrá? Espera, ahora que lo pienso… si nazco aquí tendré que compartirlo todo con ella, ¡pero tú lo tendrás todo para ti! No me parece bien; yo nazco antes, así que yo elijo. Creo que me quedo con Padre y Madre. Pero tú tranquilo, que seguro que Papá y Mamá también te quieren mucho.
Unos días más tarde se dejó arrastrar por una gran corriente, desapareciendo para siempre del mundo de los entes etéreos, y se fue a nacer, lleno de orgullo y satisfacción. Cuando nació, vio la cara sudorosa de Madre pero, por más que miró, no vio a Padre por ningún sitio. En unos minutos, todo lo que había visto en el mundo de los etéreos se borró para siempre de su memoria y, por suerte para ella, nunca echó en falta la casa, la piscina, los caballos o el coche, posesiones que se fueron con Padre cuando él y Madre se divorciaron. A Padre siempre le pareció que Churri se cobraba más propinas de las que merecía… Nunca llegó a conocer a Abuelo, y pasaron más de diez años hasta que vio a Padre por primera y última vez.
En cambio, cuando nació el segundo ente, vio a Mamá llorando de alegría y, al poco rato, a Papá, que entraba en la habitación con Hija en brazos. También se borró su memoria, así que no advirtió nunca que se había cumplido su deseo de llamarse igual que su abuelo, aunque no le pusieron Afilaor, sino Manolo.
jueves, 19 de junio de 2008
Primer relato de la segunda fase
Por Ruth
Esas fueron mis primeras imágenes de la Tierra: una sala llena de gente extraña y una señora tumbada en una cama con las piernas abiertas y un velo de sudor que le cubría la cara.
En esos momentos quise decir: ¿pero qué es esto? Sin embargo, al abrir la boca lo único que salió de ella fue un gran sollozo. La gente de mi alrededor parecía hablar un idioma distinto al mío porque todos articulaban una gran cantidad de sonidos al abrir sus bocas. Todos menos la mujer, que sonreía y sollozaba como yo. ¡Con esta me voy a llevar bien!, pensé animada.
Con el paso del tiempo me di cuenta de que así sería, aunque no siempre. Mientras yo iba creciendo, ella permanecía a mi lado. Me enseñó a llamarla “mamá” y por las noches me contaba cuentos hasta que me dormía. Otras veces le daba por cantar y esas noches me hacía la dormida hasta que paraba de entonar esas odiosas melodías.
A lo largo de mis primeros años en el mundo me contó muchas historias, pero la que más me interesaba era la que siempre se quedaba sin final:
“Tu padre, al que no conoces, siempre me decía que tendríamos una niña preciosa. ¿Sabes como lo conocí? En una biblioteca, siempre iba a estudiar a la misma hora que yo y, al final, terminamos gustándonos. Con el tiempo quisimos tener un bebé, tenerte a tí, mi niña. Y ya estás aquí, pero él no…”
Y entonces se ponía a llorar y cambiaba de tema. ¿Por qué mi padre no se había quedado hasta que naciese?
Era una lata que me contase esa historia pero que nunca la acabase porque, cada vez que empezaba la llantera, me daba rabia no enterarme del final. Luego yo terminaba olvidándola hasta que ella me la relataba otra vez, pero siempre sin explicar porqué mi padre no estaba allí. Y volvía la rabia a mi pequeño ser.
Al hacerme mayor y empezar a ir a la escuela mi madre dejó de contarme ese cuento y, con él, todos los demás. Pero eso no significa que yo lo olvidase.
Muchas veces le pregunté que porqué los padres de mis compañeros iban a recogerlos pero el mío no venía a por mí. Su respuesta, carente de sinceridad, siempre era la misma: “Algún día irá”.
Mi crecimiento no paraba, cada día me notaba más grande. Mi cabello pelirrojo dejó de ser rizadito y se tornó liso como una cascada. El número de pecas de mi nariz aumentaba, al igual que mi talla de ropa y, con todo ello, también aumentaron las miradas que me dirigían los chicos.
Yo no lo notaba pero mi madre me hizo ver cuando cumplí los 16 que debía tener cuidado porque causaba sensación entre los miembros del sexo opuesto. A los 17 lo comprobé y a los 22 ya me había cansado de ello.
Mi madre seguía con su secretismo y nunca me desveló lo que había pasado con mi padre. No tenía más fuentes a las que acudir puesto que mi madre no tenía más familia que yo y de mi padre sólo sabía que se llamaba Ulises.
Cuando cumplí los 25 conocí a un chico maravilloso, Claudio, que me quería con locura. Siempre estábamos juntos caminando por la ciudad con los dedos entrelazados o desordenando las sábanas de su cama, entrelazados los cuerpos.
Mi madre nunca había mirado con buenos ojos a los chicos con los que había salido pero a éste, sin conocerlo, lo rechazaba de pleno.
Una tarde lo llevé a casa para presentárselo, pero cometí un error: olvidé comentarle ése “detalle sin importancia” que era la inexistencia de mi progenitor.
Al principio pareció mejorar la percepción de ella pero, cuando él me preguntó si andaba por allí mi padre, nos echó a los dos.
Mi novio no se explicaba que no supiese nada de mi padre salvo su nombre tras 25 años en el mundo y, justo en ése momento, fue como si despertase de un sueño. Había estado tan ocupada en los últimos años que no me había importado no tener padre, ya lo tenía asumido; pero no me había dado cuenta de lo grave que era vivir 25 años sin saber si había alguien en este mundo que doblaba los bordes de las páginas que le gustaban o que echaba el café antes que la leche en la taza, tal y como hacía yo.
Volví a mi casa dispuesta a resolver el enigma, pero mi madre no quería revelar nada. Al menos durante la primera media hora. Sentí que jamás me había preocupado lo suficiente por saber quien era el hombre que me había dado la vida y aquél día se lo saqué a mi madre.
Hablamos durante más de tres horas y, cuando terminamos, nos echamos a llorar la una en los brazos de la otra.
Supuse que el dolor de mi madre había sido más grande que sus ganas de contarme la verdad. Pero, tras 25 años, ya sabía el final de la historia:
“Tu padre estaba muy emocionado con la posibilidad de tener un bebé y me trasladó toda su emoción. Sin embargo, cuando me vio engordar, tener impresionantes cambios de humor y hacerle cada día menos caso porque estaba más pendiente de la vida que se desarrollaba en mi interior, tomó la resolución de irse con otras. Ya no tenía las ganas que tenía antes de estar conmigo y cada momento dulce que habíamos compartido se convirtieron en tremendas disputas y varios ingresos en el hospital. Nos divorciamos y cambié de ciudad para evitar que tuviese cualquier tipo de contacto contigo”.
Debo admitir que nunca me gustó el final de la historia. Durante 25 años estuve soñando que mi padre había desaparecido, que estaba en alguna guerra lejana, que era un duende invisible o que mi madre se lo había comido.
Y, aunque conocer la verdad sobre él me quitó un gran peso de encima, por fin me di cuenta de que no era tan importante saber quien me había traído al mundo y se había olvidado de mí como saber quien era la que se despertaba cada mañana pendiente de mi respiración.
miércoles, 18 de junio de 2008
Sobre traiciones y utopías
Breve paréntesis. Nueva culturación
Sobre traiciones y utopías
Y de repente, la tierra tembló.
Nota: No sé si lloró desconsoladamente, nunca me lo dijo, tampoco se lo pregunté... Sí sé que el dolor la partió en dos. Me habló mucho y arrebatado, nervioso: de sus fracasos y miedos, de la traición que todos ellos habían secundado. De veras que intenté con todas mis fuerzas convencerla de que todavía quedaba un lugar para sus sueños, que todavía era posible la utopía, que la prueba no era reflejo de la realidad, que quizá todos ellos pecaron una vez más de inconsciencia, que este mundo la necesitaba... Todo fue en vano. Ni tan siquiera yo creí en mis propias palabras. Supongo que todo esto estaba ya escrito y que la traición fue el revulsivo que necesitaba su alma para dar el paso definitivo.
martes, 10 de junio de 2008
Ya tenemos ganadoras de las primera fase: María y Ruth
Por lo demás, a partir de este momento damos el pistoletazo de salida a la segunda fase de nuestro concurso. Os recuerdo que las temáticas que deben aparecer en este segundo relato son: un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto. Tenemos hasta el 30 de junio. Las bases, aquí.
Ánimo a todos y... que no decaiga el espíritu!
Pd1. La organización del concurso quiere felicitar a las vencedoras y animarlas a que continúen con sus prometedoras carreras literarias.
Pd 2. Creo que las vencedoras tendrían que dedicarnos unas palabras ;-)
martes, 3 de junio de 2008
Y el ganador del concurso es...
domingo, 1 de junio de 2008
Un misterio, una muerte y un matrimonio Fin (1000, ni una más)
Escogió la salida fácil, encontrar alguien que la mantuviera, se equivocó. Conoció a Jaume. Él era 10 años más joven, ella se enamoró, rejuveneció, se encandiló y jamás pensó que Jaume le mintiera. Él no tenía dinero, ni posición social, era un encantador de serpientes buscando dinero. Antes de que mi madre se diera cuenta de todo, se casó con él, gastó lo último que le quedaba y esperaba a que Jaume cerrara esos negocios que nunca parecían cerrar.
Yo seguía enamorada de mi padre y el matrimonio entre Jaume y mi madre me abría una posibilidad para sacar a mi padre.
Para Jaume yo no era su hija, era una jovencita atractiva, me aproveché de eso. Unos meses después de la boda, cuando Jaume no podía ocultar su escasez de líquido empecé mi plan. Jaume necesitaba dinero y yo a mi padre. Me aproveché de su deseo y le convencí para que me ayudara a sacar a mi padre del sanatorio. El dinero fue el cebo, Jaume solo pensaba en eso, en la recompensa y en deshacerse por fin de una vieja que ya no le servía para nada. Jaume conocía gente en los bajos fondos que nos podía ayudar a sacar a mi padre, pero me sobraba después de sacar a Roberto.
Después de estar dos años en Torribera, mi padre ya no era el mismo, las pastillas habían hecho su efecto y había perdido todo el encanto. En una de las salidas estuvimos hablando y me concedió todos sus bienes, sabía que jamás volvería a disfrutar de ellos. Mi padre ya no era el mismo, yo no sentía deseo, ni siquiera cariño. Su mirada reflejaba rabia y ganas de venganza. En una de las salidas permitidas por el sanatorio me pidió que fuéramos a ver a mi madre. Yo no entré, sabía lo que pasaría y pasó. Cuando volví a casa llamé por teléfono a urgencias y a Torribera. Mi madre estaba muerta, mi padre de vuelta al psiquiátrico y después ingresaría en la cárcel. Yo me acababa de convertir en una joven millonaria sin más responsabilidad que vivir.
sábado, 31 de mayo de 2008
Un misterio, una muerte y un matrimonio (II parte)
Un misterio, una muerte y un matrimonio (II parte)
by Leo
Todo empezó tiempo atrás, en una región española. Murcia era, en principio, un sitio tranquilo, apacible, donde nunca pasaba nada. Urbano desde siempre se había sentido un incomprendido. Todos a su alrededor habían tratado de alentar al pequeño genio que llevaba dentro. “Este chico promete”, “Es muy inteligente, “Llegará donde se proponga”. De buena familia, se convirtió desde muy joven en un auténtico quebradero de cabeza para sus padres: coqueteo con las drogas, relaciones sexuales precoces, mentiras… Nunca sabremos por qué una persona que lo tuvo todo, decidió no quedarse con nada. La contradicción definiría su existencia. Murcia, región apacible; Urbano convulsión desenfrenada. A sus 40 años, con el pelo cubierto de canas, parecía un anciano. Se casó joven, fue padre joven, estuvo a punto de ser asesinado joven. Nunca llegó a abandonar oficialmente a la que fuera su mujer durante casi dos décadas. Con 14 años vendía estupefacientes a sus amigos… con 30 formaba parte de una potente red de narcotráfico radicada en Marruecos. Siempre al borde del precipicio. Cuando estuvo fichado en España, y tras pasar una temporada en la cárcel, decidió marchar fuera, lejos, huyendo de sus propios fantasmas, que se tornaron si cabe más feroces a su llegada al país mexicano. Le propusieron un nuevo negocio y se juró a sí mismo que con él “colgaría las botas”, que se alejaría para siempre del fango en el que se había estado moviendo durante toda su vida. Nunca sabremos si Urbano realmente alguna vez creyó en sus propias promesas, pero pensó que se lo debía al gran amor de su vida: su hija.
En México todo se tornó muy complicado desde el principio. Cuando llegó a la colonia en la que iba a vivir, sintió un profundo escalofrío: tuvo el presentimiento de que todo aquello no acabaría bien. Su contacto, un muchacho que no había alcanzado la mayoría de edad, lo acompañó hasta el lugar que haría las veces de casa. Le dio, además, un número de teléfono: Luis, el americano, sería el encargado de ayudarle a montar el grupo-enlace para el tráfico de coca desde Colombia hasta España. Despidió al muchacho y se quedó solo en el departamento. Era una habitación minúscula con una cama y un pequeño hornillo. Dejó su mochila en el asqueroso suelo y durmió profundamente. Al día siguiente llamó por teléfono al americano. Quedaron en el centro de la ciudad, en el zócalo, un sitio muy concurrido en el que pasarían desapercibidos. Luis llevaría una camiseta negra con la bandera mexicana y un poster enrollado debajo del brazo derecho. Fue sencillo reconocerle. Se saludaron fríamente y entraron en una cantina. Su contacto parecía muy nervioso, hablaba muy rápido y estaba constantemente mirando a su alrededor. A su vuelta al departamento se encontró con la puerta entreabierta. Estaba algo mareado, una vez más se había excedido con la bebida. Dudó unos instantes, pero finalmente entró. Encima de su cama estaba el adolescente que lo había recibido el día anterior. Se acercó hasta él y vio cómo las sábanas estaban empapadas en sangre. Corrió a cerrar la puerta. Empezó a temblar, estaba aterrado. Cuando comprobó que no había nadie en la escalera, salió del lugar. Y así fue como llegó a Tepito, donde rara vez la policía hacía redadas; era el sitio más peligroso pero, a la vez, el más seguro de toda la ciudad.
Continuó su misión como si nada hubiera pasado, pero la imagen del muchacho muerto le atormentaba. Durante los meses que siguieron a aquella vivencia, logró alcanzar su objetivo y consiguió montar una potente red de narcos. Su estado mental y físico era patético. Siempre bebido, fumaba compulsivamente y en los últimos tiempos había comenzado a consumir grandes dosis de somníferos. No se soportaba, se aborrecía y ese sentimiento no le dejaba pegar ojo. Pero con su vuelta a España, todo aquello acabaría. Tenía ya comprado el billete de avión cuando llegó la fatídica noche. Casi sin darse cuenta estaba en el suelo, con una fuerte opresión en su espalda, rodeado de policías, bestias enloquecidas, ansiosas. No consiguió ver casi nada. Sólo a Luis bajo el dintel de la puerta.
Fin +26
Había imaginado esta situación miles de veces. Hablarían durante horas sobre su vida y todo volvería a ser como antes. Ahora, de rodillas en el suelo, con su hermano mirándole a los ojos, no podía parar de hacer preguntas, preguntas que salían mudas de sus labios. Finalmente, él fue el primero en hablar.
Le explicó que cuando tenía 19 años trabajaba para un anciano que siempre le contaba increíbles historias de su juventud, todas ellas sobre grandes fortunas. Cuando murió, él era el único que aparecía en el testamento. ¡Y resultó que aquellas locuras sobre tesoros escondidos eran ciertas! Teniendo como única familia a un anciano tío y a una personita de 7 años que no le echaría mucho en falta, se limitó a desaparecer con el dinero y salir en busca de aventuras, mientras su familia le daba por muerto. Antes de irse, le dejó a la criatura algo parecido a una pista, como promesa de que volvería. Cuando supo del fallecimiento de su tío, regresó a España a buscarle. Con la soledad del tanatorio y un poco de cloroformo consiguió arrastrarle sin problemas hasta su avión privado. “¿Pero dónde estamos?”, habló por fin. “Estamos en las Islas Perlas, en Panamá. Todo este islote me pertenece”. Mientras le hablaba, vio brillar un anillo de boda en la mano de su hermano. Desde luego, toda una vida los había separado. Tal vez era el momento de volver a empezar su historia en el seno de una nueva familia.
domingo, 18 de mayo de 2008
No hay cuarto sin quinto. Una muerte, un misterio y un matrimonio
Desde que cumplí los catorce años dejé de verlo como a mi padre, me gustaba, me enamoré, pensaba en él a todas horas. Nadie sabía nada de esto, era algo entre mis sentimientos y yo, algo que nadie podría entender. Que yo lo mantuviera callado no quería decir que mi madre no se percatara, ella percibía algo raro pero no decía nada. Yo fui creciendo y aquel deseo por mi padre también se hacía mayor. Lo lógico hubiera sido odiar a mi madre, pero no lo hice, yo sabía que esa pasión jamás se materializaría, mejor no odiar a nadie más, solo a mi misma por aquel horrible sentimiento. Tener a mi padre cerca era todo lo que podía soñar, su cariño, su olor, su sonrisa…tenerlo cerca me enfermaba, me hacía desearlo con todas mis fuerzas y a la vez castigarme por todo aquello.
Mi madre empezó a sospechar. Una noche, mi padre se quedó dormido en la terraza, yo me quedé sentada en el comedor toda la noche observándolo y mi madre, desde su habitación, observándome a mí, con el tiempo me lo dijo. Intenté inventar una y mil excusas, pero no me creyó, ella intuía algo y ese algo le repugnaba. Mi madre empezó a rechazarme, ya no me trataba con el cariño de antes, ni a mi padre tampoco. Empezó a tratarnos con desprecio y lo que fue peor, empezó a ignorarnos. Mi padre no entendía por qué, yo intenté salvar la situación por todos los medios, pero no hizo falta, mi madre ya había tomado la decisión. A mi no me podía echar de su casa, era su hija al fin y al cabo, pero sí podía deshacerse de su marido, y así lo hizo.
Vivíamos en un barrio de gente adinerada, pero el dinero en muchas ocasiones hace ser extravagante, incluso raro y malvado. Mi madre siempre se había llevado genial con todo el vecindario y ante cualquier problema se había servido de ellos, en esta ocasión no iba a ser menos. Dios sabe cómo, pero mi madre convenció a sus amigas de que mi padre estaba enamorado de mi, me hizo víctima y a él verdugo. Puso a todo el vecindario en contra de mi padre y se valió del Doctor Figueres, íntimo amigo de la familia. Figueres era psiquiatra y asustado por todo lo que le contaba mi madre, historias inventadas, por supuesto, llegó a la conclusión de que había que examinar a mi padre.
sábado, 17 de mayo de 2008
El tercer relato (y 2ª parte)
por Fel
Una tarde hermosa de primavera, si es que a uno le importan estas cosas, Celia toca el timbre del apartamento de Ángel. Él le abre la puerta y la mira fijamente. Ve las manchas de sangre en su camisa y enseguida comprende la terrible verdad. La coge de la mano, la lleva al sofá y empieza a alegrarle el alma con mil preguntas que le susurra al oído:
-Háblame de cómo te hiciste una personita grande. De las cosas que te importaban, y de las que te conmovían. De las trastadas que nunca contaste a tus padres y de los miedos que te hacían perder el sueño.
-Cuéntame si te gustaba tu nombre, o si preferías haberte llamado Irene, Lorena o Anaïs. Háblame de tus cicatrices, de los raspones en las rodillas y de tus juegos favoritos. De si llevabas una mochila llena de libros y lápices de colores, y si compartías tu merienda.
-Dime cómo te imaginabas que sería el futuro, cuando fueras mayor, y ya no te asustara lo que hubiera debajo de la cama ni detrás de las cortinas.
-Cántame las canciones que te gustan, esas que tienes casi olvidadas y resuenan en tu corazón; las que sabías de memoria y ahora te da vergüenza repetir.
Los dos quedan en silencio, un silencio tan elocuente que se puede cortar.
Unas lágrimas resbalan por las mejillas de Celia, porque Ángel ha conseguido que olvide la crueldad monstruosa de su marido. Ambos recuerdan tantos buenos ratos compartidos: sus planes para arreglar el mundo en una cafetería enfrente del instituto, las juergas nocturnas, los paseos por la playa y el mercadillo. Las conversaciones trascendentales acerca de amor, pasiones, artistas… Ahora hablan de cómo hacer para no herirse, mientras inventan nuevos recuerdos y viejas esperanzas.
Esa misma tarde visitan librerías. Compran poesía y cuentos: historias que se leerán el uno al otro, mientras escuchan a Mozart y Amaral, descubriendo mutuamente su significado más profundo. Prometen ser leales y no mentirse jamás. Él le presta toallas limpias y le hace la cama. Vuelven a ver el mar y a desayunar a deshoras. Riegan las plantas. Mantienen tertulias interminables apurando la noche y duermen la siesta sin preocuparse por el reloj. Él prepara la cena y lava los platos. Ella arregla el jardín y le ayuda a recoger. Elaboran una larga lista de asuntos pendientes: ir al cine y al teatro, bailar hasta la madrugada, tomar chocolate con churros y escribir juntos un cuento. Recorrer las tiendas del casco viejo y dejarse zarandear por las olas en la playa. Ser cada vez mejores amigos. Más complices. Creer el uno en el otro. Amarse.
viernes, 16 de mayo de 2008
Añadiendo un poquito más de confusión...
Al fin, tras unos minutos que bien podían haber sido una vida entera, empezó a cobrar la movilidad del cuerpo y a punto estuvo de gritar pidiendo ayuda, pero cuando iba a hacerlo, se le antojó que lo más sensato era mantener la calma y no alertar a un posible atacante.
En la habitación no había casi nada: una cama de hierro, sin ningún adorno; una mesilla con una pequeña lámpara, un perchero vacío y una mesita con una palangana de agua fresca. No pudo evitar hundir las manos y remojarse la frente, todavía llena de sudor. Miró hacia arriba y observó que un viejo y sucio ventilador daba vueltas torpemente sobre su cabeza, y sintió el estúpido temor de que le cayera encima. ¿Cómo podía preocuparse por eso en su situación? No sabía dónde se encontraba, ni quién le había llevado hasta allí, ni cuánto tiempo había pasado durmiendo. Miró por la ventana, y su inquietud no hizo más que aumentar; ni siquiera estaba en su ciudad. Si no fuera por las circunstancias, habría admitido que la vista era hermosa. Todo verde. A decir verdad, demasiado verde. ¿Qué lugar era aquél?
De pronto, escuchó unos pasos que se acercaban. Vació el agua del recipiente y lo agarró con fuerza. Era lo único que tenía a mano. Corrió sigilosamente a esconderse tras la puerta. El picaporte se movía lentamente; quien estuviera al otro lado iba a entrar de un momento a otro… ¡zas!
El extraño quedó tendido en el suelo, boca bajo. Se agachó para darle la vuelta. Cuando vio su cara se le heló la sangre. ¡No podía ser!
lunes, 12 de mayo de 2008
El cuarto relato (¡todo de una!)
Ahora, tras haber sido peinada, maquillada y vestida por profesionales, estaba sola.
Una carta descansaba sobre la cama, pero no quería ni mirarla. Puede que la abriese después. ¡Qué demonios!, sabía que no la abriría nunca. Desgarrar el sobre para descubrir las palabras que llenaban lentamente el papel le supondría renunciar a algo y no estaba dispuesta a hacerlo.
Al sonar un claxon, guardó el sobre en uno de los cajones del escritorio y bajó cuidadosamente las escaleras para no pisarse los bajos de la falda mientras su madre le metía prisa.
En el trayecto mantenía la vista fijada en el vacío que le ofrecía la ventanilla. ¿Debería haber abierto la carta? ¿Qué habría supuesto para ella?
Tal vez un poco de palidez en sus mejillas y unos minutos de su tiempo. O puede que también hubiese que sumar a la lista un mar de dudas. En todo caso, ya era tarde. Ya iba de camino a su destino.
Cuando el coche paró frente a la iglesia alguien abrió su puerta para facilitarle la salida. Bajó elegantemente del vehículo y miró en derredor. Algunos de los invitados la habían esperado en la puerta y la observaban asombrados ante su inesperada belleza. Otros, por su parte, cuchicheaban entre ellos criticando el efímero atractivo que despedía la novia por una vez en su vida.
Supuso que aún estaba a tiempo de echar a correr, pero no sabía si realmente quería hacerlo.
Tomó el brazo que le tendía su padre y se internó en el templo bajo las ojeadas de los asistentes. Detectó alguna mirada seria, puede que de envidia, entre la explosión de sonrisas y se obligó a sí misma a sonreír mientras avanzaba hacia el altar. Allí la esperaba un hombre en la treintena. Incluso desde la puerta sentía su arrogancia y sus ojos de un azul imposible clavados en ella.
Aún estaba a tiempo…
Los niños del coro cantaban al son de la orquesta hasta que llegó al altar, se colocó al lado de su futuro marido y el cura empezó a oficiar la ceremonia.
“¿Qué hago aquí?”, se preguntó mientras el párroco leía una página de la Biblia. “¿No estoy siendo una cínica? ¿No debería largarme?” Otra voz en su interior que no estaba segura que fuese suya le respondió que no.
Miró hacia su derecha y trató de ver más allá en los insondables ojos de él, que no se desviaban del cura. Sabía que nunca sería feliz, no así, no con él. Y, no obstante, permanecía en su puesto, haciendo lo que todos le decían que debía hacer.
Tras los soporíferos primeros minutos llegó la hora de dar su aceptación. Sabía lo que él diría, pero ¿sabía lo que diría ella?
Él asintió y respondió afirmativamente a la pregunta crucial mientras un atisbo de falsa sonrisa se asomaba a sus labios.
El turno de ella. El cura repitió la misma cantinela hasta el final. ¿Qué debía hacer? Sintió los ojos de él, expectantes. Sintió los ojos de la multitud, más de doscientas personas, taladrando su nuca.
Se arrepintió de sus palabras en el mismo momento en el que las pronunciaba: un débil “sí, acepto”.
La ceremonia llegó a su fin con el beso de los nuevos marido y mujer. Se miraron a los ojos intentando sonreír, sin conseguirlo.
Una parte de los invitados salieron corriendo de la iglesia para poder coger un sitio en el parking del hotel donde celebrarían el convite; otros fueron a las puertas para aprovisionarse de arroz y otros tantos se quedaron dentro viendo las fotos para las que posaban con una sonrisa impuesta en sus bocas.
A la salida, una lluvia de granos de arroz roció a los novios, que intentaron zafarse con las manos. El padre del novio descorchó una botella de “Don Perignon” y sirvió dos copas al recién estrenado matrimonio. Ambos se miraron y bebieron de la copa del otro.
Se dispusieron a bajar los escalones y él intentó cogerla de la mano para quedar bien en los vídeos, pero ella se escudó en que debía sujetarse la falda con las dos manos para no tropezar con nada.
Y entonces, al bajar el primer escalón, sucedió: los granos de arroz que bañaban el suelo unido a los zapatos nuevos provocaron un resbalón de la novia que cayó de lado, escaleras abajo, sin dejar de sujetarse la falda.
Todas las cámaras de aquel día grabarían la cara de sorpresa de ella, pero no captarían su dolor de cuello y el repentino desvanecimiento de éste.
Se levantó poco a poco, maldiciendo entre dientes, y no fue hasta que se incorporó del todo cuando vio que sus invitados seguían mirando con lágrimas en los ojos, completamente paralizados, a sus pies.
No lo podía creer, pero no se dio cuenta hasta que miró hacia abajo que, al levantarse, había dejado su cuerpo atrás.
sábado, 10 de mayo de 2008
El tercer relato (1ª parte)
Una muerte, un misterio y un matrimonio
por Fel
Después de ocho años casados, Celia y Javier parecían más felices que nunca. Infinitamente más felices que cualquiera de las parejas que poblaban el barrio. A sus amistades les sorprendía descubrir que cada día se mostraban un poco más dichosos, más unidos, como si acabaran de enamorarse. Algunos aseguraban que esa felicidad era una fachada con la que disimulaban su rencor. Otros se habían conjurado para que el matrimonio acabara hundiéndose el día menos pensado. Pero la mayoría de sus amigos coincidía en que Javier y Celia formaban una pareja encantadora.
Basta pasar con ellos los sábados por la tarde, cuando salen a tomar unas copas, para darse cuenta de cómo se preocupa el uno por el otro, con un aprecio que va más allá de lo normal. No puede decirse que sean abiertamente cariñosos. Les gusta mantener una cierta reserva sobre sus propios sentimientos ante los demás. Nunca, al menos en público, se les ha visto excederse en muestras de afecto. Quizá el observador atento sea capaz de detectar algún ademán en Celia, que revele cierta tensión, un rictus de dolor que apenas trasciende.
Javier suele hablarle a Celia con la mirada, desde el centro exacto de sus pupilas, atentas a todo lo que acontece. Le habla desde ese lado que ella no conoce y que no alcanza a comprender, porque ambos tienen un lado oculto para el otro, que prefieren no descubrir. Esa parte desconocida de él y el recelo de ella ha ido transformándolos hasta convertirlos en dos desconocidos. Dos absolutos desconocidos. Ante la perplejidad de Celia, la única respuesta de Javier ha sido el silencio, las humillaciones y últimamente los aldabonazos que ha de soportar a causa de ese mismo silencio.
Javier siempre tiene mucho trabajo en la redacción del periódico y esa es la excusa idónea para sus frecuentes ausencias. Mientras, Celia tiene que hacerse cargo de las tareas del hogar, las compras, la cocina, el jardín, la atención a su madre enferma y sus estudios de arte en la universidad. Con el paso del tiempo, Celia se ha vuelto básicamente una mirada que tiembla cada vez que él gira el cuerpo y le esquiva en la cama, incapaz de recuperar el sueño. Ella deja sus pensamientos colgando, suspendidos en la araña de cristal que preside en el dormitorio el deterioro completo de su relación.
Celia guarda un secreto. Le encanta pintar caballos. Se encierra en su cuarto para inspirarse, emborronando una y mil veces las acuarelas que un día le regaló su mejor amigo. Lo hace cada noche, sin saber muy bien qué es lo que tiene que ocurrir, como en la secuencia final de alguna película francesa, como en una canción que habla de la mujer que aguarda a un amor lejano. Celia busca ansiosamente algo, no sabe muy bien qué, en el perfil iluminado de la ciudad, en la luna solitaria que acaricia el jardín.
Ángel, antiguo compañero de Celia en el instituto, siempre ha estado a su lado: un joven de ojos eléctricos y salvajes, dos abismos que interrogan continuamente. Es el predilecto de Celia, porque siempre le hace las preguntas más difíciles, aquellas que no tienen respuesta. De todos los caballos que pinta Celia, el más bonito es siempre para Ángel.
miércoles, 23 de abril de 2008
El esperado segundo relato del concurso
Hacía ya veinte años que había sufrido la última muerte cercana, la de su hermano. Pero ésta nunca la tomó como cierta. No la vio. Había llorado la pérdida, la ausencia, pero nunca la muerte. No, nunca fue real.
Una vez más, se dio la vuelta, mirando alrededor, deteniendo su mirada en la puerta. Nadie. Igual que hacía una hora; igual que ocurriría dos horas después. Nadie. Nunca había sentido tanta soledad como en ese momento. Aun así, pensó que tal vez sería adecuado decir unas palabras, aunque nadie más las oyera. Sacó de su bolsillo un papel arrugado y amarillento que siempre llevaba encima. Se lo dio su hermano, aunque él no era el autor del texto. Conocía su contenido de memoria, pero no pudo evitar leerlo una vez más:
“No vayáis a mi tumba y lloréis. /No estoy allí, no duermo. /Soy miles de vientos que soplan. /Soy copos de nieve que centellean. /Soy trigo dorado al sol. /Soy una suave lluvia de otoño. /Soy las estrellas que brillan por la noche. / No vayáis a mi tumba y lloréis. /No estoy allí, no he muerto.”
Por primera vez reparó en que estas últimas palabras resaltaban sobre el manchado papel, y las repitió mentalmente. “No estoy allí, no he muerto”. Nunca había entendido por qué su hermano mayor le había dado esto cuando sólo tenía siete años. ¿Tendría algún significado?
viernes, 18 de abril de 2008
Primer relato del concurso... Alguien tenía que empezar, ¿no?
lunes, 14 de abril de 2008
Los consejos del maestro Ribeyro
Ahora que estamos en plena vorágine creativa, nos pueden venir bien los consejos de un gran narrador como Julio Ramón Ribeyro. Este escritor peruano, nacido en Lima en 1929, obtuvo el Premio Juan Rulfo de cuentos en 1994, el mismo año en que falleció. Considerado uno de los mejores cuentistas de Hispanoamérica, con varias décadas de experiencia, Ribeyro es un maestro en el arte de contar historias. Algunas de ellas, como La insignia, cargadas de ingenio e ironía. Quiero compartir con vosotros su “decálogo del perfecto cuentista”:
- El cuento debe contar una historia. No hay cuento sin historia. El cuento se ha hecho para que el lector a su vez pueda contarlo.
2. La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.
3. El cuento debe ser de preferencia breve, de modo que pueda leerse de un tirón.
4. La historia contada por el cuento debe entretener, conmover, intrigar o sorprender, si todo ello junto mejor. Si no logra ninguno de estos efectos no existe como cuento.
5. El estilo del cuento debe ser directo, sencillo, sin ornamentos ni digresiones. Dejemos eso para la poesía o la novela.
6. El cuento debe sólo mostrar, no enseñar. De otro modo sería una moraleja.
7. El cuento admite todas las técnicas: diálogo, monólogo, narración pura y simple, epístola, informe, collage de textos ajenos, etc., siempre y cuando la historia no se diluya y pueda el lector reducirla a su expresión oral.
8. El cuento debe partir de situaciones en las que el o los personajes viven un conflicto que los obliga a tomar una decisión que pone en juego su destino.
9. En el cuento no debe haber tiempos muertos ni sobrar nada. Cada palabra es absolutamente imprescindible.
10. El cuento debe conducir necesaria, inexorablemente a un solo desenlace, por sorpresivo que sea. Si el lector no acepta el desenlace es que el cuento ha fallado.
“La observación de este decálogo, como es de suponer, no garantiza la escritura de un buen cuento. Lo más aconsejable es transgredirlo regularmente, como yo mismo lo he hecho. O aún algo mejor: inventar un nuevo decálogo”, Julio Ramón Ribeyro.
lunes, 7 de abril de 2008
I concurso internacional de relatos blog: "Cogiendo el testigo de Mark Twain"
1. Tema del relato
Cada participante deberá redactar dos relatos.
El primero de ellos debe contener las siguientes temáticas: una muerte, un matrimononio y un misterio
El segundo de ellos contendrá tres temáticas antónimas: un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto.
2. Todos los concursantes serán miembros del blog hasta que acabe el concurso, para que cada uno publique directamente sus propias historias.
3. Los relatos podrán publicarse en un sólo comentario o por capítulos.
4. Los relatos que publique cada participante deberán incluir las siguientes etiquetas: nombre del autor (nombre del perfil), el título del relato que aparece en el apartado número 1 y el capítulo del relato (en caso de que se publique por partes).
5. Los relatos tendrán un mínimo de 800 palabras y un máximo de 1000.
6. La primera fase del concurso finalizará el 31 de mayo. La segunda fase lo hará el 30 de junio, ambos inclusive. Tras cada una de las fases, todos los participantes deberán seleccionar un relato. El que obtenga un mayor número de votos será el ganador de cada una de las fases. Los dos relatos ganadores competirán en una tercera votación.
7. El relato ganador obtendrá un maravilloso premio (por determinar).
miércoles, 2 de abril de 2008
¡¡Gran concurso literario!!
Los relatos se irían publicando en esa revista por partes, y finalmente se decidiría qué historia era mejor.
El proyecto no prosperó y Twain fue el único autor que escribió su relato, titulado Un misterio, una muerte y un matrimonio, que cayó en el olvido durante años.
Pues bien, se nos ha ocurrido que, con motivo del 132º aniversario del proyecto (un número tan importante como cualquier otro), lo saquemos a flote, nada más y nada menos, que en Culturaciones. ¿Acaso hay un lugar mejor para hacerlo?
En el momento en que se apunten cinco o más personas se pone en marcha el asunto, aunque si al final los valientes somos menos, hay un proyecto en la recámara. ¡Ánimo!
sábado, 29 de marzo de 2008
Memorias de un cadáver (II parte)
jueves, 27 de marzo de 2008
Mi primera culturación... un sentimiento
¿Qué se supone que tienes que hacer cuando de repente te das cuenta de que todo está cambiando y de que todo lo que conocías va a desaparecer ya?