Una muerte, un misterio y un matrimonio
por Fel
Después de ocho años casados, Celia y Javier parecían más felices que nunca. Infinitamente más felices que cualquiera de las parejas que poblaban el barrio. A sus amistades les sorprendía descubrir que cada día se mostraban un poco más dichosos, más unidos, como si acabaran de enamorarse. Algunos aseguraban que esa felicidad era una fachada con la que disimulaban su rencor. Otros se habían conjurado para que el matrimonio acabara hundiéndose el día menos pensado. Pero la mayoría de sus amigos coincidía en que Javier y Celia formaban una pareja encantadora.
Basta pasar con ellos los sábados por la tarde, cuando salen a tomar unas copas, para darse cuenta de cómo se preocupa el uno por el otro, con un aprecio que va más allá de lo normal. No puede decirse que sean abiertamente cariñosos. Les gusta mantener una cierta reserva sobre sus propios sentimientos ante los demás. Nunca, al menos en público, se les ha visto excederse en muestras de afecto. Quizá el observador atento sea capaz de detectar algún ademán en Celia, que revele cierta tensión, un rictus de dolor que apenas trasciende.
Javier suele hablarle a Celia con la mirada, desde el centro exacto de sus pupilas, atentas a todo lo que acontece. Le habla desde ese lado que ella no conoce y que no alcanza a comprender, porque ambos tienen un lado oculto para el otro, que prefieren no descubrir. Esa parte desconocida de él y el recelo de ella ha ido transformándolos hasta convertirlos en dos desconocidos. Dos absolutos desconocidos. Ante la perplejidad de Celia, la única respuesta de Javier ha sido el silencio, las humillaciones y últimamente los aldabonazos que ha de soportar a causa de ese mismo silencio.
Javier siempre tiene mucho trabajo en la redacción del periódico y esa es la excusa idónea para sus frecuentes ausencias. Mientras, Celia tiene que hacerse cargo de las tareas del hogar, las compras, la cocina, el jardín, la atención a su madre enferma y sus estudios de arte en la universidad. Con el paso del tiempo, Celia se ha vuelto básicamente una mirada que tiembla cada vez que él gira el cuerpo y le esquiva en la cama, incapaz de recuperar el sueño. Ella deja sus pensamientos colgando, suspendidos en la araña de cristal que preside en el dormitorio el deterioro completo de su relación.
Celia guarda un secreto. Le encanta pintar caballos. Se encierra en su cuarto para inspirarse, emborronando una y mil veces las acuarelas que un día le regaló su mejor amigo. Lo hace cada noche, sin saber muy bien qué es lo que tiene que ocurrir, como en la secuencia final de alguna película francesa, como en una canción que habla de la mujer que aguarda a un amor lejano. Celia busca ansiosamente algo, no sabe muy bien qué, en el perfil iluminado de la ciudad, en la luna solitaria que acaricia el jardín.
Ángel, antiguo compañero de Celia en el instituto, siempre ha estado a su lado: un joven de ojos eléctricos y salvajes, dos abismos que interrogan continuamente. Es el predilecto de Celia, porque siempre le hace las preguntas más difíciles, aquellas que no tienen respuesta. De todos los caballos que pinta Celia, el más bonito es siempre para Ángel.
1 comentario:
mmmmm, interesante, qué le pasará a esta pareja? quién morirá?
Buen relato. Este concurso tiene nivel :-)
Publicar un comentario