por Fel
Una tarde hermosa de primavera, si es que a uno le importan estas cosas, Celia toca el timbre del apartamento de Ángel. Él le abre la puerta y la mira fijamente. Ve las manchas de sangre en su camisa y enseguida comprende la terrible verdad. La coge de la mano, la lleva al sofá y empieza a alegrarle el alma con mil preguntas que le susurra al oído:
-Háblame de cómo te hiciste una personita grande. De las cosas que te importaban, y de las que te conmovían. De las trastadas que nunca contaste a tus padres y de los miedos que te hacían perder el sueño.
-Cuéntame si te gustaba tu nombre, o si preferías haberte llamado Irene, Lorena o Anaïs. Háblame de tus cicatrices, de los raspones en las rodillas y de tus juegos favoritos. De si llevabas una mochila llena de libros y lápices de colores, y si compartías tu merienda.
-Dime cómo te imaginabas que sería el futuro, cuando fueras mayor, y ya no te asustara lo que hubiera debajo de la cama ni detrás de las cortinas.
-Cántame las canciones que te gustan, esas que tienes casi olvidadas y resuenan en tu corazón; las que sabías de memoria y ahora te da vergüenza repetir.
Los dos quedan en silencio, un silencio tan elocuente que se puede cortar.
Unas lágrimas resbalan por las mejillas de Celia, porque Ángel ha conseguido que olvide la crueldad monstruosa de su marido. Ambos recuerdan tantos buenos ratos compartidos: sus planes para arreglar el mundo en una cafetería enfrente del instituto, las juergas nocturnas, los paseos por la playa y el mercadillo. Las conversaciones trascendentales acerca de amor, pasiones, artistas… Ahora hablan de cómo hacer para no herirse, mientras inventan nuevos recuerdos y viejas esperanzas.
Esa misma tarde visitan librerías. Compran poesía y cuentos: historias que se leerán el uno al otro, mientras escuchan a Mozart y Amaral, descubriendo mutuamente su significado más profundo. Prometen ser leales y no mentirse jamás. Él le presta toallas limpias y le hace la cama. Vuelven a ver el mar y a desayunar a deshoras. Riegan las plantas. Mantienen tertulias interminables apurando la noche y duermen la siesta sin preocuparse por el reloj. Él prepara la cena y lava los platos. Ella arregla el jardín y le ayuda a recoger. Elaboran una larga lista de asuntos pendientes: ir al cine y al teatro, bailar hasta la madrugada, tomar chocolate con churros y escribir juntos un cuento. Recorrer las tiendas del casco viejo y dejarse zarandear por las olas en la playa. Ser cada vez mejores amigos. Más complices. Creer el uno en el otro. Amarse.
2 comentarios:
Hay relatos que tocan alguna fibra ahí dentro, y no te dejan indiferente. El tuyo lo ha hecho, Feldespato. Gracias.
Hay más??? :-)
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