lunes, 12 de mayo de 2008

El cuarto relato (¡todo de una!)

Una muerte, un misterio y un matrimonio
Por Ruth
Abrió la ventana de la habitación para que un poco de aire la refrescase, llevaba tan ajustado el vestido blanco que le faltaba la respiración por momentos.
Ahora, tras haber sido peinada, maquillada y vestida por profesionales, estaba sola.
Una carta descansaba sobre la cama, pero no quería ni mirarla. Puede que la abriese después. ¡Qué demonios!, sabía que no la abriría nunca. Desgarrar el sobre para descubrir las palabras que llenaban lentamente el papel le supondría renunciar a algo y no estaba dispuesta a hacerlo.
Al sonar un claxon, guardó el sobre en uno de los cajones del escritorio y bajó cuidadosamente las escaleras para no pisarse los bajos de la falda mientras su madre le metía prisa.
En el trayecto mantenía la vista fijada en el vacío que le ofrecía la ventanilla. ¿Debería haber abierto la carta? ¿Qué habría supuesto para ella?
Tal vez un poco de palidez en sus mejillas y unos minutos de su tiempo. O puede que también hubiese que sumar a la lista un mar de dudas. En todo caso, ya era tarde. Ya iba de camino a su destino.
Cuando el coche paró frente a la iglesia alguien abrió su puerta para facilitarle la salida. Bajó elegantemente del vehículo y miró en derredor. Algunos de los invitados la habían esperado en la puerta y la observaban asombrados ante su inesperada belleza. Otros, por su parte, cuchicheaban entre ellos criticando el efímero atractivo que despedía la novia por una vez en su vida.
Supuso que aún estaba a tiempo de echar a correr, pero no sabía si realmente quería hacerlo.
Tomó el brazo que le tendía su padre y se internó en el templo bajo las ojeadas de los asistentes. Detectó alguna mirada seria, puede que de envidia, entre la explosión de sonrisas y se obligó a sí misma a sonreír mientras avanzaba hacia el altar. Allí la esperaba un hombre en la treintena. Incluso desde la puerta sentía su arrogancia y sus ojos de un azul imposible clavados en ella.
Aún estaba a tiempo…
Los niños del coro cantaban al son de la orquesta hasta que llegó al altar, se colocó al lado de su futuro marido y el cura empezó a oficiar la ceremonia.
“¿Qué hago aquí?”, se preguntó mientras el párroco leía una página de la Biblia. “¿No estoy siendo una cínica? ¿No debería largarme?” Otra voz en su interior que no estaba segura que fuese suya le respondió que no.
Miró hacia su derecha y trató de ver más allá en los insondables ojos de él, que no se desviaban del cura. Sabía que nunca sería feliz, no así, no con él. Y, no obstante, permanecía en su puesto, haciendo lo que todos le decían que debía hacer.
Tras los soporíferos primeros minutos llegó la hora de dar su aceptación. Sabía lo que él diría, pero ¿sabía lo que diría ella?
Él asintió y respondió afirmativamente a la pregunta crucial mientras un atisbo de falsa sonrisa se asomaba a sus labios.
El turno de ella. El cura repitió la misma cantinela hasta el final. ¿Qué debía hacer? Sintió los ojos de él, expectantes. Sintió los ojos de la multitud, más de doscientas personas, taladrando su nuca.
Se arrepintió de sus palabras en el mismo momento en el que las pronunciaba: un débil “sí, acepto”.
La ceremonia llegó a su fin con el beso de los nuevos marido y mujer. Se miraron a los ojos intentando sonreír, sin conseguirlo.
Una parte de los invitados salieron corriendo de la iglesia para poder coger un sitio en el parking del hotel donde celebrarían el convite; otros fueron a las puertas para aprovisionarse de arroz y otros tantos se quedaron dentro viendo las fotos para las que posaban con una sonrisa impuesta en sus bocas.
A la salida, una lluvia de granos de arroz roció a los novios, que intentaron zafarse con las manos. El padre del novio descorchó una botella de “Don Perignon” y sirvió dos copas al recién estrenado matrimonio. Ambos se miraron y bebieron de la copa del otro.
Se dispusieron a bajar los escalones y él intentó cogerla de la mano para quedar bien en los vídeos, pero ella se escudó en que debía sujetarse la falda con las dos manos para no tropezar con nada.
Y entonces, al bajar el primer escalón, sucedió: los granos de arroz que bañaban el suelo unido a los zapatos nuevos provocaron un resbalón de la novia que cayó de lado, escaleras abajo, sin dejar de sujetarse la falda.
Todas las cámaras de aquel día grabarían la cara de sorpresa de ella, pero no captarían su dolor de cuello y el repentino desvanecimiento de éste.
Se levantó poco a poco, maldiciendo entre dientes, y no fue hasta que se incorporó del todo cuando vio que sus invitados seguían mirando con lágrimas en los ojos, completamente paralizados, a sus pies.
No lo podía creer, pero no se dio cuenta hasta que miró hacia abajo que, al levantarse, había dejado su cuerpo atrás.

7 comentarios:

María dijo...

Muy bueno Ruth! me encanta.

Leo dijo...

Qué valiente!!! Te has lanzado de una!! Me ha encantado. Sólo una objeción: me hubiera gustado que hubieras alargado la muerte de ella para leer más, jeje.

Enhorabuena!

Ruth dijo...

Jeje, muchas gracias, María!

Leo, es que no sabía por dónde cortarlo! ¡¡¡Por cierto, aún espero las segundas partes de los vuestros!!!
Y lo de la muerte de ella...si lo hubiese alargado un poco más (creo que te refieres a ver lo que ocurre después de muerta), puede que no hubiese dado el golpe de efecto que da. De todas formas, ya tengo algo pensado en ése sentido, aunque no sé si lo haré...jejeje.
Un saludo y ¡muchas gracias a las dos!

Leo García-Jiménez dijo...

Buenas Ruth!

Me expliqué fatal, es lo que tienen las prisas... Lo que quise decir es que me hubiera gustado una muerte menos repentina, más desarrollo de la historia antes del fallecimiento de la chica. Y la muerte no termina de convencerme (pero no sigo, que creerás que te estoy haciendo boicot, jeje).

Acabo de llegar de un concurso de relato corto del que he formado parte como jurado. Y no os tengo que decir que nuestros textos son mucho mejores ;-)

Ruth dijo...

Hola Leo!
En parte ahí está el "misterio", en que no se desarrolla más.
Lo cierto es que podría haber perfeccionado un poco más, pero con todos los estudios lo único que hice fue idear, escribir y editar un poquillo. A ver si para el próximo (aunque pillen los finales)me lo curro un poco más.
Un saludo!

María dijo...

Creía que el misterio era la carta!!

Ruth dijo...

Bueno, la carta es un misterio, pero la extraña relación que mantiene con el "marido" (lo entrecomillo porque le dura menos que un telediario)es otro misterio.
Soy muy misteriosa yo escribiendo,jaja!
Un saludo!