Un misterio, una muerte y un matrimonio (II parte)
by Leo
Todo empezó tiempo atrás, en una región española. Murcia era, en principio, un sitio tranquilo, apacible, donde nunca pasaba nada. Urbano desde siempre se había sentido un incomprendido. Todos a su alrededor habían tratado de alentar al pequeño genio que llevaba dentro. “Este chico promete”, “Es muy inteligente, “Llegará donde se proponga”. De buena familia, se convirtió desde muy joven en un auténtico quebradero de cabeza para sus padres: coqueteo con las drogas, relaciones sexuales precoces, mentiras… Nunca sabremos por qué una persona que lo tuvo todo, decidió no quedarse con nada. La contradicción definiría su existencia. Murcia, región apacible; Urbano convulsión desenfrenada. A sus 40 años, con el pelo cubierto de canas, parecía un anciano. Se casó joven, fue padre joven, estuvo a punto de ser asesinado joven. Nunca llegó a abandonar oficialmente a la que fuera su mujer durante casi dos décadas. Con 14 años vendía estupefacientes a sus amigos… con 30 formaba parte de una potente red de narcotráfico radicada en Marruecos. Siempre al borde del precipicio. Cuando estuvo fichado en España, y tras pasar una temporada en la cárcel, decidió marchar fuera, lejos, huyendo de sus propios fantasmas, que se tornaron si cabe más feroces a su llegada al país mexicano. Le propusieron un nuevo negocio y se juró a sí mismo que con él “colgaría las botas”, que se alejaría para siempre del fango en el que se había estado moviendo durante toda su vida. Nunca sabremos si Urbano realmente alguna vez creyó en sus propias promesas, pero pensó que se lo debía al gran amor de su vida: su hija.
En México todo se tornó muy complicado desde el principio. Cuando llegó a la colonia en la que iba a vivir, sintió un profundo escalofrío: tuvo el presentimiento de que todo aquello no acabaría bien. Su contacto, un muchacho que no había alcanzado la mayoría de edad, lo acompañó hasta el lugar que haría las veces de casa. Le dio, además, un número de teléfono: Luis, el americano, sería el encargado de ayudarle a montar el grupo-enlace para el tráfico de coca desde Colombia hasta España. Despidió al muchacho y se quedó solo en el departamento. Era una habitación minúscula con una cama y un pequeño hornillo. Dejó su mochila en el asqueroso suelo y durmió profundamente. Al día siguiente llamó por teléfono al americano. Quedaron en el centro de la ciudad, en el zócalo, un sitio muy concurrido en el que pasarían desapercibidos. Luis llevaría una camiseta negra con la bandera mexicana y un poster enrollado debajo del brazo derecho. Fue sencillo reconocerle. Se saludaron fríamente y entraron en una cantina. Su contacto parecía muy nervioso, hablaba muy rápido y estaba constantemente mirando a su alrededor. A su vuelta al departamento se encontró con la puerta entreabierta. Estaba algo mareado, una vez más se había excedido con la bebida. Dudó unos instantes, pero finalmente entró. Encima de su cama estaba el adolescente que lo había recibido el día anterior. Se acercó hasta él y vio cómo las sábanas estaban empapadas en sangre. Corrió a cerrar la puerta. Empezó a temblar, estaba aterrado. Cuando comprobó que no había nadie en la escalera, salió del lugar. Y así fue como llegó a Tepito, donde rara vez la policía hacía redadas; era el sitio más peligroso pero, a la vez, el más seguro de toda la ciudad.
Continuó su misión como si nada hubiera pasado, pero la imagen del muchacho muerto le atormentaba. Durante los meses que siguieron a aquella vivencia, logró alcanzar su objetivo y consiguió montar una potente red de narcos. Su estado mental y físico era patético. Siempre bebido, fumaba compulsivamente y en los últimos tiempos había comenzado a consumir grandes dosis de somníferos. No se soportaba, se aborrecía y ese sentimiento no le dejaba pegar ojo. Pero con su vuelta a España, todo aquello acabaría. Tenía ya comprado el billete de avión cuando llegó la fatídica noche. Casi sin darse cuenta estaba en el suelo, con una fuerte opresión en su espalda, rodeado de policías, bestias enloquecidas, ansiosas. No consiguió ver casi nada. Sólo a Luis bajo el dintel de la puerta.