jueves, 19 de junio de 2008

Primer relato de la segunda fase

Como veo que estamos a finales de mes y nadie se anima a colgar su escrito, empiezo yo con el mío (fiel a mi estilo, todo de una). A ver lo que resulta de esta segunda y última fase.


Un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto

Por Ruth
Cuando abrí los ojos vi a un hombre colgado del techo palmeándome el trasero. ¡Qué extraño! Unos segundos más tarde corregí mi error: el techo en el que apoyaba sus pies era el suelo, sólo que me había dado la vuelta para hacerme llorar.
Esas fueron mis primeras imágenes de la Tierra: una sala llena de gente extraña y una señora tumbada en una cama con las piernas abiertas y un velo de sudor que le cubría la cara.
En esos momentos quise decir: ¿pero qué es esto? Sin embargo, al abrir la boca lo único que salió de ella fue un gran sollozo. La gente de mi alrededor parecía hablar un idioma distinto al mío porque todos articulaban una gran cantidad de sonidos al abrir sus bocas. Todos menos la mujer, que sonreía y sollozaba como yo. ¡Con esta me voy a llevar bien!, pensé animada.
Con el paso del tiempo me di cuenta de que así sería, aunque no siempre. Mientras yo iba creciendo, ella permanecía a mi lado. Me enseñó a llamarla “mamá” y por las noches me contaba cuentos hasta que me dormía. Otras veces le daba por cantar y esas noches me hacía la dormida hasta que paraba de entonar esas odiosas melodías.
A lo largo de mis primeros años en el mundo me contó muchas historias, pero la que más me interesaba era la que siempre se quedaba sin final:

“Tu padre, al que no conoces, siempre me decía que tendríamos una niña preciosa. ¿Sabes como lo conocí? En una biblioteca, siempre iba a estudiar a la misma hora que yo y, al final, terminamos gustándonos. Con el tiempo quisimos tener un bebé, tenerte a tí, mi niña. Y ya estás aquí, pero él no…”

Y entonces se ponía a llorar y cambiaba de tema. ¿Por qué mi padre no se había quedado hasta que naciese?
Era una lata que me contase esa historia pero que nunca la acabase porque, cada vez que empezaba la llantera, me daba rabia no enterarme del final. Luego yo terminaba olvidándola hasta que ella me la relataba otra vez, pero siempre sin explicar porqué mi padre no estaba allí. Y volvía la rabia a mi pequeño ser.
Al hacerme mayor y empezar a ir a la escuela mi madre dejó de contarme ese cuento y, con él, todos los demás. Pero eso no significa que yo lo olvidase.
Muchas veces le pregunté que porqué los padres de mis compañeros iban a recogerlos pero el mío no venía a por mí. Su respuesta, carente de sinceridad, siempre era la misma: “Algún día irá”.
Mi crecimiento no paraba, cada día me notaba más grande. Mi cabello pelirrojo dejó de ser rizadito y se tornó liso como una cascada. El número de pecas de mi nariz aumentaba, al igual que mi talla de ropa y, con todo ello, también aumentaron las miradas que me dirigían los chicos.
Yo no lo notaba pero mi madre me hizo ver cuando cumplí los 16 que debía tener cuidado porque causaba sensación entre los miembros del sexo opuesto. A los 17 lo comprobé y a los 22 ya me había cansado de ello.
Mi madre seguía con su secretismo y nunca me desveló lo que había pasado con mi padre. No tenía más fuentes a las que acudir puesto que mi madre no tenía más familia que yo y de mi padre sólo sabía que se llamaba Ulises.
Cuando cumplí los 25 conocí a un chico maravilloso, Claudio, que me quería con locura. Siempre estábamos juntos caminando por la ciudad con los dedos entrelazados o desordenando las sábanas de su cama, entrelazados los cuerpos.
Mi madre nunca había mirado con buenos ojos a los chicos con los que había salido pero a éste, sin conocerlo, lo rechazaba de pleno.
Una tarde lo llevé a casa para presentárselo, pero cometí un error: olvidé comentarle ése “detalle sin importancia” que era la inexistencia de mi progenitor.
Al principio pareció mejorar la percepción de ella pero, cuando él me preguntó si andaba por allí mi padre, nos echó a los dos.
Mi novio no se explicaba que no supiese nada de mi padre salvo su nombre tras 25 años en el mundo y, justo en ése momento, fue como si despertase de un sueño. Había estado tan ocupada en los últimos años que no me había importado no tener padre, ya lo tenía asumido; pero no me había dado cuenta de lo grave que era vivir 25 años sin saber si había alguien en este mundo que doblaba los bordes de las páginas que le gustaban o que echaba el café antes que la leche en la taza, tal y como hacía yo.
Volví a mi casa dispuesta a resolver el enigma, pero mi madre no quería revelar nada. Al menos durante la primera media hora. Sentí que jamás me había preocupado lo suficiente por saber quien era el hombre que me había dado la vida y aquél día se lo saqué a mi madre.
Hablamos durante más de tres horas y, cuando terminamos, nos echamos a llorar la una en los brazos de la otra.
Supuse que el dolor de mi madre había sido más grande que sus ganas de contarme la verdad. Pero, tras 25 años, ya sabía el final de la historia:

“Tu padre estaba muy emocionado con la posibilidad de tener un bebé y me trasladó toda su emoción. Sin embargo, cuando me vio engordar, tener impresionantes cambios de humor y hacerle cada día menos caso porque estaba más pendiente de la vida que se desarrollaba en mi interior, tomó la resolución de irse con otras. Ya no tenía las ganas que tenía antes de estar conmigo y cada momento dulce que habíamos compartido se convirtieron en tremendas disputas y varios ingresos en el hospital. Nos divorciamos y cambié de ciudad para evitar que tuviese cualquier tipo de contacto contigo”.

Debo admitir que nunca me gustó el final de la historia. Durante 25 años estuve soñando que mi padre había desaparecido, que estaba en alguna guerra lejana, que era un duende invisible o que mi madre se lo había comido.
Y, aunque conocer la verdad sobre él me quitó un gran peso de encima, por fin me di cuenta de que no era tan importante saber quien me había traído al mundo y se había olvidado de mí como saber quien era la que se despertaba cada mañana pendiente de mi respiración.

5 comentarios:

María dijo...

Al final te me has adelantado. El mío caerá esta tarde o mañana.

En cuanto al tuyo... ¡me gusta!
¡Suerte!

Leo dijo...

Mmmmm... Me gusta, media vida contada en 1000 palabras! Muy original los primeros compases y bien llevadas las descripciones sobre las escenas amorosas, muy bueno.

María, dónde irán a parar tus huesos en esta ocasión? POr cierto, tenemos pendiente la kedad para "Nada".

El mío, mi relato, es súper interesante, lo malo es que no lo he empezado :-( ...

bssssss

María dijo...

¿Te parece bien el lunes? Pues si Ludovica puede, ya está, lunes. Si no, decidme otro día, que yo me apaño.
Y empieza el relato que se te van los días!!

Leo dijo...

Sí, el lunes ok.

Y síiiii, me pongo ya con el relato, que es que no me da tiempo a nada. Este finde me encierro a terminar un par de artículos y me "despejaré" con mi súper relato.

bssssss

Ruth dijo...

Jajaja...muchas gracias, chicas.
También me ha gustado mucho el tuyo, María. En esta segunda fase no me veo tan optimista con ése "peazo" relato, y aún faltan más...
Un besazo, guapas!