lunes, 30 de junio de 2008

Justo a tiempo... Otro relato para la segunda vuelta

Un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto

por Leo

En una ciudad cualquiera, en un lugar cualquiera, en un momento cualquiera… entró en la gran sala. Se sintió observado, pero sólo meses más tarde trataría de interpretar aquella mirada, sólo cuando había quedado profundamente enamorado de ella, sólo cuando necesitó creer en algo que se tornaba imposible, en algo que se transformó en una desgarradora quimera. Marcos no podía soportar el enorme peso que le ahogaba, el alma destrozada, con su mente, lejos muy lejos, en ella, sin ella saberlo. Hacía meses que la añoraba, acaso no lo había estado haciendo toda su vida… Pero ahora, ahora que la sentía constantemente en el ensueño de la noche, empezó a sufrirla desesperanzadamente. Ana, aunque aparentemente a su lado, nunca lo había estado. Y él no fue consciente de ello hasta "10 malditos meses" más tarde.

Marcos se consideraba un chico normal, aunque superados los 30, no pasaba desapercibido para los que le rodeaban. Era alto, pelo oscuro, tez morena… De rasgos fuertemente marcados, su rostro no reflejaba atisbo alguno de sufrimiento. Sí, realmente la vida se había portado bien con él, aunque como solía decir, era él el que había tratado con mimo a su propia existencia. Y tras tanto tiempo saboreando el éxito de quien se cree afortunado, sentía que ya nada tenía sentido sin ella. Ana se cruzó un día casualmente en su camino y aunque en un principio no la advirtió, al final sólo la veía a ella. La chica no era especialmente bella, ni atractiva, ni culta, ni tan siquiera dulce… Pero tenía un alma exquisitamente limpia, transparente, franca, como sus pequeños ojos azules. Y fue precisamente esa verdad la que atrapó al joven. Porque la intensa mirada de Ana era su única verdad…

Aparentemente, Marcos y Ana tenían poco en común, aunque a tenor de él, sus espíritus formaban un todo que el destino había querido cruzar de manera casi caprichosa; él, que creía más que nadie en las señales que van marcando el camino de cada hombre, interpretó la aparición de ella como un claro signo, como el encuentro –al fin- de su “otra” alma. Y eso que, en principio, ambos eran francamente diferentes... Ante todo, Marcos había tenido una infancia plena, una adolescencia poco accidentada, enormemente solazada... Su identidad se había ido forjando muy poco a poco, como el viento esculpe la roca, el chico fue “bien construido”, estaba hecho de una pieza. Por el contrario, Ana, empezó a ir al psiquiatra apenas cumplidos los 14, su existencia había transcurrido aceleradamente -quemó varias etapas sin ni tan siquiera ser consciente de ello-, había querido vivir intensamente pero al final, superados los 30 y tras un devastador divorcio, estaba hecha añicos.
Esta situación estuvo muy clara para Marcos desde el principio y por eso quiso ayudarla. Estaba convencido de que él podría “reconstruir” a Ana, devolverle la infancia perdida, la adolescencia robada, la juventud quemada, el amor truncado... pero Ana no se dejó. Porque Marcos quería salvarla, pero Ana no veía en Marcos a ningún salvador. Porque Marcos amaba en exceso, la amaba en exceso, y Ana no amaba, porque no sabía amarse...

Puede que fuera por su aparente plenitud por la cual él se sentía libre y sin embargo ella era un ser enjaulado, agobiada por su existencia, ahora también agobiada por un embarazo no deseado. La infelicidad de Ana era un misterio para ella misma, mas no para Marcos. Porque lo que ella desconocía es que nunca alcanzaría la –plena- libertad ya que estaba atrapada en sí misma, encarcelada en su propio yo. Esta aterradora verdad había permanecido oculta para todos, menos para Marcos. Pese a esta terrible revelación, cuando estaba junto a ella, la miraba a los ojos, a sus pequeños ojos azules, y lo veía todo. Ella asentía, lo escuchaba embelesada, pero lo miraba y no veía nada. Porque él lo tenía todo menos a ella. Y sin embargo ella, tan solo lo tenía a él.

Marcos siempre había buscado algunos momentos para permanecer en su soledad. Pero desde que la conoció, sólo deseaba “pensarla”, “recrearla”, “vivirla”... Ana “pasaba” junto a él todas las noches, por eso el joven estuvo durante los “malditos diez meses” sin pegar ojo, porque estaba junto a ella y esto era lo único que podía curar su alma hendida. Durante todas esas largas madrugadas, Marcos vivió con pasión el cuerpo de ella: su espalda, sus manos, sus pechos. Soñaba con descansar sobre los pechos de Ana. Y Ana no soñaba con nada, porque estaba seca.
A pesar de ese anhelo constante en el que estuvo sumido, Marcos era feliz. A pesar de que ningún anhelo fue vivido por Ana, ella no lo fue nunca. Porque él estaba enamorado del mundo y ella no supo vivirlo con apasionamiento.
Al final, tras aquellos meses soñando con lo que nunca sería, cada uno siguió su camino. La calma volvió al espíritu de Marcos. No sucedió tal circunstancia en el caso de Ana; ya cada uno había marcado en vida sus irremediables destinos.

Otro segundo relato

Un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto
Por Fel

Podría empezar diciendo que esta historia fue relatada por primera vez hace trescientos años, con multitud de detalles que jamás conoceremos. Los hombres y mujeres que entonces la vivieron y para quienes fue un asunto de vida o muerte, hace mucho que han muerto. Los lugares en los que discurrieron sus protagonistas ahora yacen cubiertos de polvo y olvido; la ciudad donde tuvo lugar se ha ido desvaneciendo hasta dejar de existir.
Pero empezar así sería mentir. Esta historia sucedió hace poco en una ciudad cualquiera. El suceso no tuvo trascendencia alguna, más allá del entorno de los implicados. Los protagonistas son gente ordinaria, con defectos y miserias, con problemas e ilusiones; seres humanos que nunca han salido en la prensa rosa ni pertenecen a ningún cuento de hadas. Si no mencionamos sus verdaderos nombres no es por ocultar su identidad, sino porque su vida no le importa a nadie.
Marta trabajaba como limpiadora en una empresa y Manuel era representante de una editorial. Llevaban mucho tiempo queriendo tener hijos y se afligían por su suerte. Manuel era hijo único y en caso de no tener descendencia, su apellido se perdería para siempre. Él tenía 51 años y Marta 42. Al caer el día, ambos lamentaban una y otra vez que su mayor deseo no se hacía realidad. Una noche, después de cenar, Marta salió de casa y le dijo a su marido que iba a pedir prestado un poco de arroz a una amiga. En realidad, fue a visitar a un vidente africano que le dio un remedio secreto para concebir un hijo.
Fue, por tanto, un gozo enorme y un alivio inmenso para la familia cuando, tras una espera de catorce años, nació un niño. Decidieron llamarle Miguel, que significa amigo de Dios.
Cuando Miguelito vino al mundo, todos, excepto el recién nacido, rebosaban de alegría. Sus padres contemplaban al bebé arrugado, rojo como una granada, que inspiraba un sentimiento de piedad, ya que al entrar en la vida había entrado en la muerte. Inmortal todavía nueve meses atrás, como una idea eterna, estaba ya a merced de la guadaña. Cuando un recién nacido abre los ojos por primera vez, el universo vuelve a nacer a través de él. Le abre al mundo puertas para entrar y así existir.
Había en aquella belleza serena del niño una luz radiante que le singularizaba entre su generación. Conforme iba creciendo, se entregó a las artes, al dibujo y la pintura. El mundo que le rodeaba parecía incapaz de retenerlo y cautivarlo. Manuel y Marta sabían que Miguel jamás había tocado a ningún ser humano por propia iniciativa. Ni siquiera se enternecía ante las caricias de su madre. Miguel creció con un temperamento sensible, pero en su corazón anidaba una frialdad inescrutable que nadie lograba comprender.
El joven empezó a ganarse la vida como pintor, y pronto cosechó una amplia clientela en toda ciudad. Llegó el momento en que Marta empezó a hacer planes para su casamiento y descubrió que para este joven, al que cualquier mujer podría sentirse feliz de llamar marido, la idea del matrimonio le resultaba tan remota como la de la muerte. Miraba el rostro de su hijo mientras dibujaba en su estudio y le embargaba una cruel aprensión: ¿Habían servido para algo sus sacrificios y su dolor? Miguel admiraba la belleza en las mujeres como la admiraba en las flores o en las pinturas y siempre se mostraba cortés con ellas. Ni en su rostro ni en su corazón mostraba señal alguna de amor.
Una noche, en una fiesta, Miguel conoció a una muchacha tan bella como jamás ningún artista pudo soñar jamás. Desde entonces, aquella joven, llamada Marisa, pareció sacarle de su ensimismamiento. Le intrigaba la vida intelectual de la muchacha, que se dedicaba a investigar la filosofía; le hacía preguntas sobre sus cuatro hermanos y disfrutaba con cada gesto y palabra suya. Una mañana, le pidió que posara como modelo para uno de sus lienzos. Ella, después de pensarlo, aceptó. Cuando terminó el cuadro, Marisa enmudeció al verse reflejada en aquella tela. Miguel la besó y le propuso matrimonio. La boda se celebró a los tres meses, y fue la ceremonia más vistosa y alegre que nunca recordaban los mayores del lugar.
De ninguna otra manera podía Miguel hacer más fielmente suya a Marisa sino capturando en el lienzo cada matiz de su cuerpo, su belleza entera, retocándola y adobando con su pincel cada detalle, inmortalizándola de manera que nadie pudiera nunca separarles. Llegó a realizar más de cien cuadros con ella como modelo.
Pasaron dos años, y un día Miguel invitó a otra joven a posar desnuda para él. Desde ese día, el artista siguió retratando a cuantas mujeres despertaban su curiosidad. En su estudio guardaba celosamente la colección de retratos de todas aquellas que había conocido y a las que había capturado con su paleta.
Una noche de agosto en la que no podía dormir, Marisa entró en el estudio y descubrió aquella galería secreta de mujeres que su marido había inmortalizado con pasión.
A la mañana siguiente, se lo echó en cara:
-Nunca me habías dicho que tantas mujeres seguían posando para ti.
-No pude dejar de hacerlo. Es superior a mis fuerzas. Cualquier belleza que contemplo, he de plasmarla en mi lienzo.
-Me prometiste que no habría nadie más.
-Lo sé, pero realmente no siento más por ti que por ninguna otra.
Aquellas palabras golpearon el corazón de Marisa.
- Entonces habremos de separarnos. No deberás hablar nunca de mí. No deberás pensar nunca en mí. Y destruirás todos los cuadros que hayas hecho de mí.
Apretó los labios, hizo la maleta y al poco tiempo abandonó aquella casa para siempre.
Marta contempló la escena en silencio. Entonces recordó la maldición que aquel vidente africano le lanzó al terminar su consulta muchos años atrás: tendrás un hijo espléndido y dulce, como me pides, pero con un corazón de hielo, incapaz de amar. Y lloró amargamente.

viernes, 20 de junio de 2008

El segundo relato

De nuevo publicando en segundo lugar.
Esta vez también me voy a saltar las bases, pero por lo bajo, porque os mando sólo 746 palabras.
Un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto
Por María
Érase una vez, en algún lugar sobre nuestras cabezas, que dos entes etéreos decidían su futuro. Bueno, en realidad sólo uno de ellos decidía; el otro, tenía que conformarse con la opción que rechazara el primero.

Mira, ese señor de la corbata se llama Padre y va a ser mi padre, y el que está a su lado, mi abuelo, que se llama Abuelo. Creo que tenemos un negocio familiar… algo de un banco o no sé qué. ¿Qué te parecen? A mí me parecen gente muy distinguida. ¿Te imaginas? con esta familia, ¡de mayor yo también podría ser una persona distinguida!

Una vez los vi paseando en un coche, parecían taaan felices… A veces dan fiestas en la piscina. ¿Te he dicho ya que tenemos piscina? Pues sí. Cuando sea un poco mayor, celebraré mi cumpleaños en la piscina, con todos mis amigos. Porque seguro que tenemos un montón de amigos…

Mira, ahí viene Madre. Es guapísima, ¿verdad? Seguro que la tuya no lo será tanto. ¡Ella sí que tiene un montón de amigos! Amigos altos y guapísimos, sobre todo su profesor de tenis, que se llama Churri. Debe tener dos nombres, porque Padre nunca lo llama así. ¿De dónde vendrá ese nombre? ¡A lo mejor es extranjero! ¡Qué bien, mi primer extranjero! ¿Y has visto qué casa tan grande?
Una nube difuminó la imagen de la gran casa y ante ellos apareció otra estampa familiar:
Éstos son mis otros padres. Se llaman Papá y Mamá. Nuestra casa es más pequeña, pero tenemos chimenea. ¡Una chimenea! ¿Te lo puedes creer? Además, está cerca de un río; cuando haga buen tiempo, mi abuelo me llevará a pescar ¡seguro! ¿Qué a qué se dedica este abuelo? Pues no lo sé, yo creo que no trabaja. Va todo el día en bicicleta por el pueblo, y siempre se encuentra con mucha gente. ¡Qué divertido! Tiene tantos amigos que a veces tiene que tocar un pito rojo que lleva en el bolsillo y gritar su nombre, y entonces todo el mundo sale a verle. ¡La gente viene de todos sitios para ver a mi abuelo Afilaor! Ojalá sea un niño y me pongan ese nombre a mí también: Afilaor, como los señores. A ti también te gustaría llamarte como el abuelo, ¿verdad? ¡Pues yo me lo he pedido antes! Esta familia también tiene un perro. ¿Crees que me gustarán los perros? Espero que sí. Aunque claro, la otra tiene dos caballos de color marrón.

Por otro lado… éstos ya tienen una niña; creo que se llama Hija. Si nazco aquí tendré una hermana y seremos “Hija y Afilaor”. Seguro que tú me tendrás envidia, porque en casa de Padre y Madre serás hijo único. ¿Crees que Hija me querrá? Espera, ahora que lo pienso… si nazco aquí tendré que compartirlo todo con ella, ¡pero tú lo tendrás todo para ti! No me parece bien; yo nazco antes, así que yo elijo. Creo que me quedo con Padre y Madre. Pero tú tranquilo, que seguro que Papá y Mamá también te quieren mucho.
Unos días más tarde se dejó arrastrar por una gran corriente, desapareciendo para siempre del mundo de los entes etéreos, y se fue a nacer, lleno de orgullo y satisfacción. Cuando nació, vio la cara sudorosa de Madre pero, por más que miró, no vio a Padre por ningún sitio. En unos minutos, todo lo que había visto en el mundo de los etéreos se borró para siempre de su memoria y, por suerte para ella, nunca echó en falta la casa, la piscina, los caballos o el coche, posesiones que se fueron con Padre cuando él y Madre se divorciaron. A Padre siempre le pareció que Churri se cobraba más propinas de las que merecía… Nunca llegó a conocer a Abuelo, y pasaron más de diez años hasta que vio a Padre por primera y última vez.
En cambio, cuando nació el segundo ente, vio a Mamá llorando de alegría y, al poco rato, a Papá, que entraba en la habitación con Hija en brazos. También se borró su memoria, así que no advirtió nunca que se había cumplido su deseo de llamarse igual que su abuelo, aunque no le pusieron Afilaor, sino Manolo.

jueves, 19 de junio de 2008

Primer relato de la segunda fase

Como veo que estamos a finales de mes y nadie se anima a colgar su escrito, empiezo yo con el mío (fiel a mi estilo, todo de una). A ver lo que resulta de esta segunda y última fase.


Un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto

Por Ruth
Cuando abrí los ojos vi a un hombre colgado del techo palmeándome el trasero. ¡Qué extraño! Unos segundos más tarde corregí mi error: el techo en el que apoyaba sus pies era el suelo, sólo que me había dado la vuelta para hacerme llorar.
Esas fueron mis primeras imágenes de la Tierra: una sala llena de gente extraña y una señora tumbada en una cama con las piernas abiertas y un velo de sudor que le cubría la cara.
En esos momentos quise decir: ¿pero qué es esto? Sin embargo, al abrir la boca lo único que salió de ella fue un gran sollozo. La gente de mi alrededor parecía hablar un idioma distinto al mío porque todos articulaban una gran cantidad de sonidos al abrir sus bocas. Todos menos la mujer, que sonreía y sollozaba como yo. ¡Con esta me voy a llevar bien!, pensé animada.
Con el paso del tiempo me di cuenta de que así sería, aunque no siempre. Mientras yo iba creciendo, ella permanecía a mi lado. Me enseñó a llamarla “mamá” y por las noches me contaba cuentos hasta que me dormía. Otras veces le daba por cantar y esas noches me hacía la dormida hasta que paraba de entonar esas odiosas melodías.
A lo largo de mis primeros años en el mundo me contó muchas historias, pero la que más me interesaba era la que siempre se quedaba sin final:

“Tu padre, al que no conoces, siempre me decía que tendríamos una niña preciosa. ¿Sabes como lo conocí? En una biblioteca, siempre iba a estudiar a la misma hora que yo y, al final, terminamos gustándonos. Con el tiempo quisimos tener un bebé, tenerte a tí, mi niña. Y ya estás aquí, pero él no…”

Y entonces se ponía a llorar y cambiaba de tema. ¿Por qué mi padre no se había quedado hasta que naciese?
Era una lata que me contase esa historia pero que nunca la acabase porque, cada vez que empezaba la llantera, me daba rabia no enterarme del final. Luego yo terminaba olvidándola hasta que ella me la relataba otra vez, pero siempre sin explicar porqué mi padre no estaba allí. Y volvía la rabia a mi pequeño ser.
Al hacerme mayor y empezar a ir a la escuela mi madre dejó de contarme ese cuento y, con él, todos los demás. Pero eso no significa que yo lo olvidase.
Muchas veces le pregunté que porqué los padres de mis compañeros iban a recogerlos pero el mío no venía a por mí. Su respuesta, carente de sinceridad, siempre era la misma: “Algún día irá”.
Mi crecimiento no paraba, cada día me notaba más grande. Mi cabello pelirrojo dejó de ser rizadito y se tornó liso como una cascada. El número de pecas de mi nariz aumentaba, al igual que mi talla de ropa y, con todo ello, también aumentaron las miradas que me dirigían los chicos.
Yo no lo notaba pero mi madre me hizo ver cuando cumplí los 16 que debía tener cuidado porque causaba sensación entre los miembros del sexo opuesto. A los 17 lo comprobé y a los 22 ya me había cansado de ello.
Mi madre seguía con su secretismo y nunca me desveló lo que había pasado con mi padre. No tenía más fuentes a las que acudir puesto que mi madre no tenía más familia que yo y de mi padre sólo sabía que se llamaba Ulises.
Cuando cumplí los 25 conocí a un chico maravilloso, Claudio, que me quería con locura. Siempre estábamos juntos caminando por la ciudad con los dedos entrelazados o desordenando las sábanas de su cama, entrelazados los cuerpos.
Mi madre nunca había mirado con buenos ojos a los chicos con los que había salido pero a éste, sin conocerlo, lo rechazaba de pleno.
Una tarde lo llevé a casa para presentárselo, pero cometí un error: olvidé comentarle ése “detalle sin importancia” que era la inexistencia de mi progenitor.
Al principio pareció mejorar la percepción de ella pero, cuando él me preguntó si andaba por allí mi padre, nos echó a los dos.
Mi novio no se explicaba que no supiese nada de mi padre salvo su nombre tras 25 años en el mundo y, justo en ése momento, fue como si despertase de un sueño. Había estado tan ocupada en los últimos años que no me había importado no tener padre, ya lo tenía asumido; pero no me había dado cuenta de lo grave que era vivir 25 años sin saber si había alguien en este mundo que doblaba los bordes de las páginas que le gustaban o que echaba el café antes que la leche en la taza, tal y como hacía yo.
Volví a mi casa dispuesta a resolver el enigma, pero mi madre no quería revelar nada. Al menos durante la primera media hora. Sentí que jamás me había preocupado lo suficiente por saber quien era el hombre que me había dado la vida y aquél día se lo saqué a mi madre.
Hablamos durante más de tres horas y, cuando terminamos, nos echamos a llorar la una en los brazos de la otra.
Supuse que el dolor de mi madre había sido más grande que sus ganas de contarme la verdad. Pero, tras 25 años, ya sabía el final de la historia:

“Tu padre estaba muy emocionado con la posibilidad de tener un bebé y me trasladó toda su emoción. Sin embargo, cuando me vio engordar, tener impresionantes cambios de humor y hacerle cada día menos caso porque estaba más pendiente de la vida que se desarrollaba en mi interior, tomó la resolución de irse con otras. Ya no tenía las ganas que tenía antes de estar conmigo y cada momento dulce que habíamos compartido se convirtieron en tremendas disputas y varios ingresos en el hospital. Nos divorciamos y cambié de ciudad para evitar que tuviese cualquier tipo de contacto contigo”.

Debo admitir que nunca me gustó el final de la historia. Durante 25 años estuve soñando que mi padre había desaparecido, que estaba en alguna guerra lejana, que era un duende invisible o que mi madre se lo había comido.
Y, aunque conocer la verdad sobre él me quitó un gran peso de encima, por fin me di cuenta de que no era tan importante saber quien me había traído al mundo y se había olvidado de mí como saber quien era la que se despertaba cada mañana pendiente de mi respiración.

miércoles, 18 de junio de 2008

Sobre traiciones y utopías


Breve paréntesis. Nueva culturación


Sobre traiciones y utopías

Y de repente, la tierra tembló.
Una vez más, la traición golpeó contra los pilares de la existencia. Irrealizable existencia.
La utopía salvífica, que durante tanto tiempo había alimentado su experiencia vital, se tornó con toda su crudeza en una realidad irreal.
Las hipocresías y pseudo-verdades desveladas habían conseguido acabar con el mundo cuasi mágico en el que durante mucho tiempo creyó haber vivido.
Nada era lo que parecía,
mas nunca lo creyó hasta que tuvo la prueba delante de sus propios ojos.
Ahora sí, ahora que ya conocía la humillante verdad, huyó a un lejano refugio, allá donde nunca se pone el sol.

Nota: No sé si lloró desconsoladamente, nunca me lo dijo, tampoco se lo pregunté... Sí sé que el dolor la partió en dos. Me habló mucho y arrebatado, nervioso: de sus fracasos y miedos, de la traición que todos ellos habían secundado. De veras que intenté con todas mis fuerzas convencerla de que todavía quedaba un lugar para sus sueños, que todavía era posible la utopía, que la prueba no era reflejo de la realidad, que quizá todos ellos pecaron una vez más de inconsciencia, que este mundo la necesitaba... Todo fue en vano. Ni tan siquiera yo creí en mis propias palabras. Supongo que todo esto estaba ya escrito y que la traición fue el revulsivo que necesitaba su alma para dar el paso definitivo.

martes, 10 de junio de 2008

Ya tenemos ganadoras de las primera fase: María y Ruth

En fin, ya hemos clausurado oficialmente la primera fase de nuestro "Concurso de relatos-blog: Cogiendo el testigo de Mark Twain". Tras una emocionante votación, al final han sido dos las claras vencedoras: Ruth (su relato aquí), con una misteriosa historia de desamor, y María (léelo aquí), cuyo giro paradisíaco nos dejó bastante sorprendidos. Para todos los que hayáis quedado maravillados antes sus sugerentes estilos literarios, os recomiendo que les sigáis la pista en sus respectivos blogs. Por ahora, las vencedoras no quieren conceder entrevistas y han decidido recluirse en un lugar no revelado, lejos de los flashes, las cámaras y los medios de comunicación. Ahora bien, sí se han comprometido a contestar y atender vía blog a todos sus fan.

Por lo demás, a partir de este momento damos el pistoletazo de salida a la segunda fase de nuestro concurso. Os recuerdo que las temáticas que deben aparecer en este segundo relato son: un nacimiento, un divorcio y un misterio resuelto. Tenemos hasta el 30 de junio. Las bases, aquí.

Ánimo a todos y... que no decaiga el espíritu!

Pd1. La organización del concurso quiere felicitar a las vencedoras y animarlas a que continúen con sus prometedoras carreras literarias.
Pd 2. Creo que las vencedoras tendrían que dedicarnos unas palabras ;-)
Pd 3 (ampliado el 11 de junio a las 23.32 horas). Como todo premio, tendrá su consiguiente celebración. En esos los participantes sí que han llegado al consenso :-)

martes, 3 de junio de 2008

Y el ganador del concurso es...

Quien vosotros queráis. Me explico. Cada uno de los participantes del I concurso internacional de relatos blog: "Cogiendo el testigo de Mark Twain" deberá elegir un relato ganador. En este mismo post, cada participante, de manera anónima, pondrá el nombre de su candidato en un comentario, dando una pequeña explicación sobre por qué ha elegido ese texto y no otro. Cuando estén todos los votos emitidos, haremos el recuento y... tendremos ganador de la primera fase del concurso!!!

domingo, 1 de junio de 2008

Un misterio, una muerte y un matrimonio Fin (1000, ni una más)

Ludovica
Mi padre, accedió a que Figueres le examinara, no tenía nada qué esconder. El informe fue lo que mi madre y el vecindario querían. Ingreso en el psiquiátrico. La alta sociedad funciona así. Tras juicios, testificaciones y el divorcio de mis padres, Roberto ingresó en la “Masía Torribera.” Con su ingreso en el psiquiátrico también desapareció el dinero. Mis padres se casaron en separación de bienes y mi madre que jamás había trabajado, se veía con grandes gastos y pocos recursos.
Escogió la salida fácil, encontrar alguien que la mantuviera, se equivocó. Conoció a Jaume. Él era 10 años más joven, ella se enamoró, rejuveneció, se encandiló y jamás pensó que Jaume le mintiera. Él no tenía dinero, ni posición social, era un encantador de serpientes buscando dinero. Antes de que mi madre se diera cuenta de todo, se casó con él, gastó lo último que le quedaba y esperaba a que Jaume cerrara esos negocios que nunca parecían cerrar.

Yo seguía enamorada de mi padre y el matrimonio entre Jaume y mi madre me abría una posibilidad para sacar a mi padre.
Para Jaume yo no era su hija, era una jovencita atractiva, me aproveché de eso. Unos meses después de la boda, cuando Jaume no podía ocultar su escasez de líquido empecé mi plan. Jaume necesitaba dinero y yo a mi padre. Me aproveché de su deseo y le convencí para que me ayudara a sacar a mi padre del sanatorio. El dinero fue el cebo, Jaume solo pensaba en eso, en la recompensa y en deshacerse por fin de una vieja que ya no le servía para nada. Jaume conocía gente en los bajos fondos que nos podía ayudar a sacar a mi padre, pero me sobraba después de sacar a Roberto.
Conseguimos que mi padre pudiera salir a la calle de vez en cuando con la vigilancia de un familiar. Jaume esperaba su recompensa, y la tuvo. Hice que mi madre se enterara de que se había liado conmigo y lo mató. Yo había recuperado a Roberto, también su dinero, por qué no decirlo. La vida con mi madre no era igual, yo estaba acostumbrada a la buena vida y una pensión establecida no era lo mismo.

Después de estar dos años en Torribera, mi padre ya no era el mismo, las pastillas habían hecho su efecto y había perdido todo el encanto. En una de las salidas estuvimos hablando y me concedió todos sus bienes, sabía que jamás volvería a disfrutar de ellos. Mi padre ya no era el mismo, yo no sentía deseo, ni siquiera cariño. Su mirada reflejaba rabia y ganas de venganza. En una de las salidas permitidas por el sanatorio me pidió que fuéramos a ver a mi madre. Yo no entré, sabía lo que pasaría y pasó. Cuando volví a casa llamé por teléfono a urgencias y a Torribera. Mi madre estaba muerta, mi padre de vuelta al psiquiátrico y después ingresaría en la cárcel. Yo me acababa de convertir en una joven millonaria sin más responsabilidad que vivir.